OPINIÓN    

Democracia en declive

Manfredo Kempff



Imagino el malestar –hasta la indignación– que puede causar entre los demócratas verdaderos un título como este. Peor si procede de un sujeto como yo que no puede exhibir credenciales democráticas tan ostentosas como las de quienes se han adueñado del término. Pero no me impide ver que el sistema está acosado por una anarquía total, reflejada en bloqueos, marchas, paros, demandas, desobediencia, atracos, violaciones, que, al suceder diariamente, han convertido a Bolivia en una nación anárquica más que democrática. Vivimos en un Estado inventado, podríamos decir.

Si la seudo democracia boliviana está a flote en los últimos años de malos gobiernos, no es por mérito propio, sino porque estamos rodeados de naciones que sobreviven en un estado de derecho mal entendido, algunas sostenidas por la influencia de democracias europeas que no comprenden a Latinoamérica, y, sobre todo, por la de EEUU, que hace unas semanas ha enseñado al mundo que una ruptura institucional también es posible allí, la patria poseedora de la Constitución más perfecta y antigua de América.

En nuestro caso, no podemos llamar sistema de derecho, a la nación tribal en que nos hemos convertido. Si bien no puede existir una democracia sin la participación del pueblo, tampoco puede ser tan equívoca como para que sea el pueblo quien dicte y defina lo que se debe hacer o no. Eso es una dictadura democrática. Un gobierno democrático requiere de autoridad y de que los anhelos y las necesidades populares se traten en la Asamblea Legislativa, y no en “ampliados” populares, para que se conviertan en leyes. Y que los legisladores no vivan sometidos a las órdenes del presidente del Estado y en permanente acoso por la misma gente que los eligió mediante voto.

No existe nación que pueda vivir sin trabajar ni producir, solo dependiente de las regalías de sus materias primas. Una nación rentista está a merced de los precios de sus productos en el mercado y así como Bolivia pudo vivir años de esplendidez por los precios del gas, los minerales y las oleaginosas, como sucedió durante el gobierno del MAS, así, cuando esos precios cayeron, la gente, mal acostumbrada, se echó a las calles a pedirle todo al Gobierno. Como el derroche y las dádivas dejaron de existir, solo quedaba el cargo público, el contrabando, el comercio callejero, el narcotráfico y poco más para subsistir. Y al Gobierno, tratar de recuperarse con impuestos a la riqueza o admitiendo a los bloqueadores diferimientos en el cumplimiento de sus obligaciones con la banca, ignorando el peligro de una crisis financiera.

En Bolivia, con los precios de nuestros productos, recuperándose al fin, la inestabilidad política en su auge, y para colmo la peste china, todos nos hemos empobrecido. Los pobres están más pobres y los ricos camino de la debacle. ¿A qué recurre la población en esas circunstancias? A pedir democracia y libertad. ¿Qué más democracia se puede dar al pueblo si el Gobierno hasta desiste de gobernar? ¿Y qué más libertad si cada quien hace lo que le da la santa gana? ¿Acaso no es libertad plena el que las turbas asalten en caminos, peleen en las calles por un puesto para vender, y acuchillen llantas de vehículos que salen a trabajar en un día de paro? Lo que nadie pide en Bolivia es autoridad. A los que asaltan y matan y a quienes fomentan bloqueos y paros injustificados, hay que encerrarlos en la cárcel. Pero no llevarlos a manos de jueces y fiscales venales elegidos a dedo por la administración de antaño. La democracia tiene, como primer eslabón, la justicia. Porque la libertad (para los que la piden a gritos) se consigue únicamente con justicia.

Una ola de dictaduras puede surgir en América Latina en los próximos 20 años, si Argentina, Chile, Brasil, Perú, Bolivia, siguen como les va. De Venezuela, Cuba y Nicaragua, no hay ni para qué hablar. Así como hace medio siglo nuestra región estaba plagada de dictaduras militares, si la democracia exhibe lo que vemos como el magro fruto cosechado, puede que, el mismo EEUU observe preocupado la epidemia que lo circunda de naciones fallidas alborotadas por el hambre y haga la vista gorda.

Bolivia va camino de convertirse en inviable. Los partidos políticos importan poco ante las verdaderas pandillas de maleantes en que se han convertido los “movimientos sociales” que tanto elogiaba y promocionaba el MAS. Santa Cruz no se está pudiendo salvar de la peste anárquica que se va infiltrando en sus estamentos más tradicionales y productivos. La pobreza crece en Santa Cruz, pese a que aún hay trabajo y producción. El problema es que está frenada por el centralismo desde hace muchos años y tiene que ser capaz de zafarse de parlanchines ignorantes que nos arrastran hacia los destinos de Somalia, Sudán, Libia y otras naciones, que tienen su destino casi perdido.

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