OPINIÓN    

La bondad en unidad es fortaleza del espíritu

Armando Mariaca



“Ante discordias y desafectos –decía Lao Tse, filósofo antecesor de Confucio- la mejor pócima de remedio es la bondad”. Una expresión muy repetida en la China de los años 500 antes de Jesucristo, que tuvo sus efectos entre los ricos y poderosos políticamente. Con el tiempo, la bondad significaba para muchas culturas, un sinónimo de debilidad y carencia de coraje; pero, lo cierto es que la bondad bien podría calificarse como una forma o calidad de amor, paciencia y hasta valor porque, muchas veces, en el trato diario con impacientes y dados a las precipitaciones, es difícil conciliar criterios y situaciones y hacerlas con amor, especialmente cuando en la otra parte priman los sentimientos contrarios a la bondad que son la soberbia y la petulancia.

Vivimos tiempos en que la paciencia es virtud de pocos y el amor resulta adorno que se utiliza solamente para determinadas circunstancias u ocasiones. El ser humano vive “precipitado” en su tiempo que siempre es escaso y busca “sacarle tiempo al tiempo” porque el que se tiene no alcanza, según el razonamiento de todo impaciente. Esto implica la interrogante: ¿Cuántas veces el camino que se recorre diariamente en pos de cualquier objetivo es corto e insuficiente para el logro de las metas buscadas en lo que es más importante, en lo que a veces define el curso de la vida y, en general, en lo que ocurra al propio entorno o al conjunto de la sociedad en que se vive y en la que en muchas oportunidades lo que falta es razonar, pensar y sentir lo que se quiere y se hace, examinar con qué obstáculos pueda tropezarse y cómo vencerlos, se llega al convencimiento de que el tiempo tiene su contraparte en la paciencia y en la perseverancia para arribar a las metas ansiadas; para ello hay que convenir en que el amor que se siente por la vida y por quienes son parte indivisible de nuestra existencia, resulta ser la fuerza capaz de vencer todo, de superar hasta los problemas más difíciles y soportar los malos embates que son ocasionados por la misma naturaleza humana. El amor es sentimiento que tiene predominio sobre todo y es capaz de superar con paciencia y perseverancia hasta las más intrincadas dificultades que, como desafíos, se presentan en el diario transcurrir de la vida. Por todo ello es preciso convenir en que la bondad, unida a las virtudes que se tiene perdidas o sólo extraviadas es siempre compatible con el ser humano que, por principio, es proclive a desear y practicar el bien, a cumplir normas de vida en paz y armonía, a actuar bajo el principio de que el derecho de uno termina donde empiezan los de los demás y que anhelamos que el bien que se practique en pro de los demás sea norma de conducta en el diario quehacer en favor de quienes amamos y son parte indivisible de nuestra existencia.

Vivimos tiempos difíciles en que a la acción mortífera del coronavirus se añaden dos “pandemias” que se han hecho parte de la existencia del ser humano: la primera que es parte de la personalidad del hombre y se manifiesta en todas sus falencias, fallas y falta de virtudes porque predomina en él la soberbia; la segunda, la permisividad que se muestra, especialmente a nivel de las autoridades, con delitos como el narcotráfico, el contrabando y lo capital que es la corrupción; finalmente, la insolidaridad de casi todos con todos con hechos que lastiman, descalifican y hasta la hacen enemiga de todo lo bueno, digno y constructivo que tiene cada ser humano, formas de vida o comportamiento en que parece que el egoísmo, la avaricia y los complejos adquieren primacía en la vida.

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