UNIVERSIDADES Y JUVENTUD

Aprendamos a equivocarnos

Por Álvaro Pinaya Pérez

Cuando se esta leyendo o escribiendo, muy rara vez nos preguntamos ¿Cómo es que hemos aprendido a leer o a escribir? Tal vez se muestra innecesaria hacernos esta pregunta, pues ambos actos lo tenemos naturalizados, pero a manera de ejercicio para refrescar la memoria, sería interesante ver lo que respondamos.

Por mi parte, lo que más recuerdo, son las manos de mi mamá; si bien iba a la escuela para que me enseñen a leer y a escribir, en honor a la verdad, fue mi madre con quien realmente aprendí a leer y a escribir. Todavía siento y recuerdo su mano sobre la mía, yo escribía lo que su mano escribía, entre ambos dibujábamos las letras y armábamos palabras. En la lectura, ella me guiaba con su dedo bajo el texto, si ya podía reconocer ciertas palabras (de una o dos sílabas), las que no podía o dudaba en pronunciarlas, ella pronunciaba leves pautas y en seguida, con ese confianza, las terminaba de pronunciar. Así aprendí a leer y escribir.

Con lo referido anteriormente, se puede identificar dos ámbitos específicos que pocas veces están relacionados con satisfacción: la enseñanza y el aprendizaje, lo cual se espera del proceso educativo, no obstante, por el número de estudiantes, su predisposición o la de los profesores o por su método de enseñanza de éstos, a simple observación, se puede constatar que no se logra dicha acometida. Tal vez ello se deba, como hipótesis, a que los profesores están para enseñan y los estudiantes para aprender. Y mientras no se enseñe aprender para aprender y no se aprenda por obligación, sino por el deseo de aprender y conocer, el acto de la enseñanza seguirá divorciado del acto del aprendizaje.

Cada vez que llega el día del libro (23 de abril), los expertos sostienen de manera rotunda, en los medios de comunicación (radio, televisión, prensa escrita e internet), que en Bolivia se lee poco y sabiendo ello no se hace nada, pues al siguiente año llegada esa fecha, de nuevo nos repiten lo mismo. Esta “mala costumbre” nos ataña a todos, por ello es necesario reflexionar sobre el tema.

En el colegio, los estudiantes saben leer y escribir, pero su respectiva constitución como hábitos, de manera casi generalizada, no se los cultiva adecuadamente. La escritura, por ejemplo, está en función a los dictados del profesor que lee lo que ya está escrito en un libro; acá no se discute las razones del por qué hacen eso, sino se está mostrando el mal que conlleva los dictados para con la escritura, a lo menos la que se relaciona con la creatividad; este ejercicio pesado y monótono que realiza la mano para no dejarse pasar por el dictado, crea implícitamente, que los estudiantes sientan desagrado al escribir, pues la escritura, se lo relaciona con el dictado. Ahora en relación a la lectura, pasa algo similar. Para los exámenes o las exposiciones sobre un tema determinado, los estudiantes leen porque no tienen de otra, pero la constitución de la lectura como hábito, se trunca cuando se tiene que leer en voz alta y adelante para todo el curso. Los que se ejercitan en casa, lo hacen bien, pero los que no se ejercitan, son quienes pasan un mal momento al equivocarse al leer, si bien solamente es uno quien se ha equivocado y por ello fue el hazmerreir del curso, es muy posible que en este estudiante se llegue a crear un odio por la lectura, pero en los que lo hicieron regular, de manera implícita, por ese acto de censura pública, es posible que suscite una animadversión por la lectura. En el colegio (hasta en la universidad), si no nos enseñan a equivocarnos, ni a reírnos, ni aprender de nuestros errores, no se podrá cambiar nada y los expertos, en el siguiente 23 de abril, seguirán diciendo que en Bolivia se lee poco.

 
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