El conflicto boliviano-paraguayo

Alfredo Montenegro


El 9 de mayo de 1933 comienza otra guerra que deja en dos años más de 100 mil muertos latinoamericanos. Tras el triunfo chileno en la guerra del Pacífico (1879-1883) Bolivia se queda sin salida al mar, llena de resentimiento y muertos. Busca un puerto marino por el río Paraguay, pero para los guaraníes ese brazo fluvial era lo poco que le había dejado la masacre y saqueo de la Triple Infamia (Argentina, Brasil y Uruguay, 1864-1870).

Ambas empobrecidas naciones apuntan entonces a los pantanos del Chaco Boreal. Los del Alto Perú tienen en la zona fortines desde 1922, por lo que Paraguay levanta los suyos. Hasta que un día, la sed impulsa a los bolivianos a ocupar un fortín paraguayo para tomar su pozo de agua.

Así, desde mayo de 1933 a junio de 1935 combaten los dos pueblos. Como en esos páramos de 250 mil kilómetros cuadrados del Chaco Boreal la riqueza subterránea era el petróleo, los intereses de grandes petroleras intervienen en el conflicto. Los soldados pe-lean, casi sin saber, para la estadounidense Standard Oil desde Bolivia o la anglo holandesa Royal Dusch Shell, desde Asunción.

El periodista argentino Rogelio García Lupo, cofundador con Gabriel García Márquez, Rodolfo Walsh y Jorge Masetti de la Agencia de Noticias Prensa Latina -además de coordinar con Walsh y Horacio Verbitsky el Semanario CGT de los Argentinos-, también investigó una intriga que no trascendió ni se recuerda con la atención merecida. Sucede que el entonces presidente argentino, gene-ral Agustín Pedro Justo, “fue un abierto ope-rador a favor de Paraguay contra Bolivia”.

El apoyo a los guaraníes no surgía de un mea culpa por las masacres cometidas antes durante la guerra de la Triple Infamia. Sucede que tras esa contienda, capitales porte-ños desembarcaron en esas tierras para invertir en la reconstrucción. La reconstrucción paraguaya fue un negocio para intereses porteños. En 1904, ya más de 140 mil kilómetros cuadrados de territorios del oeste guaraní eran vendidos a capitales argentinos, algo como el 93,68 por ciento de las tierras fiscales.

La prensa y los libros de la historia oficial retoman estos hechos. Pero los hombres comprometidos con la palabra y la memoria, como Eduardo Galeano, entre otros, también trabajaron el tema. “Está guerra es entre los dos pueblos más pobres de América del Sur: los que no tienen mar, los más vencidos y despojados, se aniquilan mutuamente por un pedazo de mapa. Escondidas entre los plie-gues de ambas banderas, la Standard Oíl Company y la Royal Dutch Shell disputan el posible petróleo del Chaco. Metidos en la guerra, paraguayos y bolivianos están obli-gados a odiarse en nombre de una tierra que no aman, que nadie ama: el Chaco es un desierto gris, habitado por espinas y serpien-tes, sin un pájaro cantor ni una huella de gente. Todo tiene sed en este mundo de es-panto. Las mariposas se apiñan, desespe-radas, sobre las pocas gotas de agua. Los bolivianos vienen de la heladera al horno: han sido arrancados de las cumbres de los Andes y arrojados a estos calcinados mato-rrales. Aquí mueren de bala, pero más mue-ren de sed”. (Memoria del Fuego 3: El Siglo del Viento).

Desde Bolivia, El Chueco Augusto Cés-pedes Patzi (Cochabamba, 1904-1997), es-critor, periodista y político, relata: “Un pelo-tón de soldados empieza a excavar un pozo, a pico y pala en busca de agua. Ya se ha evaporado lo poco que llovió y no hay nada de agua por donde se mire o se ande. A los doce metros, los perseguidores del agua encuentran barro líquido. Pero después, a los treinta metros, a los cuarenta y cinco, la polea sube baldes de arena cada vez más seca. Los soldados continúan excavando, día tras día, atados al pozo, pozo adentro, boca de arena cada vez más honda, cada vez más muda; y cuando los paraguayos, también acosados por la sed, se lanzan al asalto, los bolivianos mueren defendiendo el pozo, como si tuviera agua”.

En el libro La Guerra del Chaco: Petróleo, del escritor-periodista brasileño Julio José Chiavenato, se relata: “En el Chaco, diez mil bolivianos mueren de sed en un solo cerco”. Se agrega luego que en 1938 una misión militar norteamericana, sobrevolando la zona de operaciones en el Chaco, hace un maca-bro hallazgo: las osamentas de 10.000 sol-dados bolivianos muertos de sed en el cerco de Picuiba-Irendague.

Viveza criolla

“Todo el trigo, la nafta y el fuel-oil que con-sumió el ejército paraguayo durante los tres años de guerra le fueron facilitados gratuita-mente por el gobierno argentino” (David Zook, The conduct of the Chaco War, New Haven, Bookman Associates, 1960).

García Lupo señala que además de planifi-car necesidades de armas, créditos, trans-portes y alimentos, el gobierno comprometió al Estado Mayor del Ejército Argentino.

En la logística, el coronel Abraham Schweizer, hijo de un estanciero judío de Co-rrientes y con prácticas pro-longadas en el ejército ale-mán, antes del nazismo, fue destinado al Paraguay entre 1931 y 1934, para el espionaje de Bolivia.

También documenta que el entonces mayor Juan Domingo Perón “era desde febrero de 1932 el ayudan-te de campo del Ministro de Guerra, el general Manuel Rodríguez, a su vez perso-na de confianza del presi-dente Justo”.

Esa intervención argenti-na llevó a que Gran Breta-ña y Francia le recrimina-ran al canciller argentino Carlos Saavedra Lamas la violación del embargo de venta de armas a países en guerra.

Luego de tres años de guerra y muertes, en 1935 se logra un acuerdo de paz. Ga-leano retoma ese momento no en despachos ministeriales, sino entre el polvo del espanto: “Al mediodía llega al frente la noticia. Callan los cañones. Se incorporan los soldados, muy de a poco, y van emergiendo de las trincheras. Los haraposos fantasmas, ciegos de sol, caminan a los tumbos por campos de nadie hasta que quedan frente a frente el regi-miento Santa Cruz, de Bolivia, y el regimien-to Toledo, del Paraguay: los restos, los jirones. Las órdenes recién recibidas prohíben hablar con quien era enemigo hasta hace un rato. Solo está permitida la venia militar; y así se saludan. Pero alguien lanza el primer alarido y ya no hay quien pare la algarabía. Los soldados rompen la formación, arrojan las gorras y las armas al aire y corren en tropel, los paraguayos hacia los bolivianos, los boli-vianos hacia los paraguayos, bien abiertos los brazos, gritando, cantando, llorando, y abrazándose ruedan por la arena caliente”.

Paraguay se queda con el 75 por ciento de la región y el resto es para Bolivia, ocupando un acceso al río Paraguay y al puerto de Casado. Pero los bolivianos siguen acusando la intervención argentina: “Quien manejara las supuestas condiciones de paz, el argentino Saavedra Lamas, favoreció grandemente a Paraguay. Por las ironías de la vida, este señor argentino luego se hizo acreedor del premio Nobel de la paz”, indica Roberto Querejazu Calvo en Masamaclay (lugar donde se pelearon dos hermanos).

EL ESLABÓN - REDACCIÓN ROSARIO.

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