¿Quién estrenó el cementerio?



Era el año de 1828, en que se acti-vaban los trabajos de nuevo cementerio público, que debía sustituir a los atrios de los templos, donde hasta entonces se inhumaban los cadáveres de los que fallecían en la ciudad de La Paz.

No faltaron quienes protestaran con-tra la innovación que iba a efectuarse, entre los cuales se distinguía una viejecita llamada Ana Paredes, la que haciéndose cruces, decía a las de su barrio.

¡Jesús! con los sarracenos que quie-ren alejar del sagrado de los templos los cuerpos de los cristianos que mueren en lo sucesivo, confinándolos a la soledad del nuevo panteón, tan distante del po-blado. . . Si son para desesperar a Job los tiempos a que hemos llegado, yo no consentiré jamás tamaño ultraje, y otras cosas parecidas.

Por fin se llegó a concluir el muro que cercaba el futuro cementerio y el gran arco, obra atrevida de arte, que ideó y dirigió el P. Sanauja, dándole toda la amplitud que pudo, como para significar el gran tragadero por donde habían de pasar todos los habitantes de La Paz, si es que no se iban a morir a otra parte.

Las autoridades civiles, de acuerdo con la eclesiástica, habían determinado que el nuevo cementerio se estre-nase poniendo en él los res-tos del Iltmo. Obispo Sr. Ochoa, de grata memoria, trasladándolos de la iglesia en que estaba enterrado.

A este fin se exhumó su cadáver, abriendo la caja mortuoria en público. Como se encontrase que el cuerpo del Sr. Ochoa se había con-servado de manera sobrena-tural, se dispuso exhibirlo en la Catedral, templo situado en un ángulo de la plaza principal.

Fue mucha la afluencia de gente al mencionado templo, y sea por los cambios de temperatura, o por otra causa, es el caso que se des-prendió de las bóvedas una fracción de cornisa. Alarmada la concurrencia y temiendo el desplome del vetusto edifi-cio, trataron de salir todos a la vez arre-molinándose en las puertas, y en la apretadera que se produjo, hubo una víctima que fue precisamente la viejeci-ta Ana Paredes, la de nuestro cuento.

Como los funerales del Sr. Ochoa fueron solemnes y duraron varios días, demoraron su traslado; pero para el cadáver de la viejecita no hubo espera, y tuvo que ir a estrenar el cementerio contra toda su voluntad y anteriores protestas.

He ahí cómo según esta tradición, el estreno del cementerio público de La Paz, coincide con el principio de la de-molición de la antigua Catedral, el año de 1828, la que, si la vemos restaurada, será en el mismo lugar en que estuvo aquella, después de más de un siglo de su destrucción.

Del libro Tradiciones y anécdotas bolivianas de Elías Zalles Ballivián.

 
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