domingo, diciembre 22, 2024
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Contextos educativos

“Cuerpo y alma han de armonizarse para entonar el más sublime de los conciertos, el de la quietud siendo poesía”.

 

Hay una pérdida de valores humanos que nos deshumaniza por completo. Cada cual vive en su egoísmo y se encadena a un mercado irrespetuoso, verdaderamente endemoniado, que suele dejarnos sin entretelas. Lo que reina es la coraza, el interés y las prisas que nos impiden hasta meditar. Nos hacen falta otros aires más humanos y menos viciados. Apenas somos dueños ya de nada. Entristece que tampoco amasemos sueños, caminamos sin alas y encima no sabemos ni convivir. Algo tan básico, como compartir y respetar, se ha devaluado hasta el extremo que vivimos en el atropello permanente. Por ello, la tarea educativa hoy es vital, al menos para que despertemos a ese vínculo de hogar que todos merecemos. En consecuencia, claro que sí, necesitamos recuperar otros hábitos, como el de la buena vecindad, auxiliándonos mutuamente los unos a los otros. Cuerpo y alma han de armonizarse para entonar el más sublime de los conciertos, el de la quietud siendo poesía. Sea como fuere, no tendremos paz hasta que el mundo, con sus diversas culturas, se hermane y fraternice comportamientos.

Por consiguiente, es menester reencontrarse, trabajar desde nuestro interior para adquirir conciencia de la justicia, preparar nuestro intelecto para donarse, pues lo importante es templar el alma y sumar vínculos. Quizás nos sea saludable empezar a acusarnos a nosotros mismos. Puede que florezca el enmendarse. Lo significativo de reunirse y unirse, precisamente lo que genera es un entusiasmo que nos vuelve a la vida y, además, nos da savia; pues es el encuentro entre análogos, lo que verdaderamente nos hace crecer y sensibilizarnos. Desde luego, la madurez afectiva es el mejor abecedario del alma, puesto que nos ayuda a comprendernos y a tomar conciencia, de que la clave de todo está en no dejarse adormecer jamás. Un buen pasaje educativo, sin duda, nos hará mejores. Porque nos persuade de que cualquier vivencia no es un divertimento, sino una misión, y lo que hace es reavivar permanentemente esos lazos que nos subliman, a través de la mirada del amor, siempre dispuesta a querer y a perdonar.

Si hoy la higiene de las manos es más importante que nunca en un ambiente de pandemia mundial, también es fundamental injertar virtudes en nuestro quehacer diario, al menos para convertirnos en personas de bondad y verdad. En efecto, son tantas las carencias que, si el lenguaje del cuerpo requiere dominio de los propios deseos, también nuestros singulares latidos demandan armonizar acordes, para que esa música creativa que todos llevamos consigo active el espíritu solidario. Sólo así seremos capaces de afrontar en familia las tormentas y las estaciones vivientes. No olvidemos que, tras el espíritu del dinámico discernimiento, siempre se halla ese horizonte que nos abraza, de manera responsable y discreta. Al fin y al cabo, lo significativo, es que la rectitud active nuestros andares por muy sinuoso que sea el camino. De ahí, lo trascendental que es ayudar a sanar las heridas de adentro, para prevenir por fuera esta falta de principios de nuestra época.

Tampoco podemos continuar moviéndonos en esa contrariedad ideológica que todo lo confunde, comenzando por la diversidad biológica y terminando por el endiosamiento de manejar todo a nuestro antojo. Son muchas las crisis, eso es cierto, pero de ningún modo hay que resignarse a una caída desesperante, a un deterioro de nuestro espíritu, corrompido a más no poder, que necesita de otros cultivos más sensatos y naturales, después de destruirnos con tantas contiendas inútiles, sabiendo que la grandeza no llega de batallar sino de entendernos. Justamente, todo lo contrario a lo que se suele fomentar desde las redes sociales, que se han convertido en un espacio de intolerancia y de violencia endémica. Este tipo de actuaciones atroces no mejora para nada nuestra presencia, es necesario crear nuevos entornos para comunicarse de corazón a corazón. Ojalá, entre todos, impulsemos un tiempo de calma, que nos sirva para encauzarnos hacia otras áreas de mirada limpia. Indudablemente, para esto necesitamos la ayuda de los demás y un camino educativo que nos reconduzca.

 

Víctor Corcoba Herrero es escritor.

corcoba@telefonica.net

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