domingo, diciembre 22, 2024
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¿Qué es el síndrome de Ekbom?

El síndrome de Ekbom es un tipo de delirio en el que la persona tiene la convicción de estar infestada por pequeños parásitos. Siente, además, que le pican, se mueven debajo de su piel e incluso le dañan.

Existen muchos tipos de delirios –uno de los síntomas por excelencia de los trastornos psicóticos, junto a las alucinaciones-. Los delirios son creencias que se viven con profunda convicción a pesar de que la evidencia demuestre lo contrario. Uno de estos delirios, de muy rara aparición, es el delirio de parasitosis, también conocido como síndrome de Ekbom (en honor a su “descubridor»).

Su característica principal es la creencia delirante de que uno está siendo infestado por parásitos, insectos, gusanos, piojos y cualquier tipo de pequeño invertebrado. La persona sufre porque siente varadamente esa sensación tan desagradable, la llamada “formicación», y hace lo posible para demostrar que lo que vive es real.

¿En qué consiste el síndrome de Ekbom?

 

El síndrome de Ekbom también se denomina delirio de parasitosis (DP). Según Rodríguez-Cerdeira, Telmo y Arenas (2010), se trata de una psicosis monosintomática poco frecuente en la que la persona tiene la firme creencia de que está infestada por insectos, gusanos o piojos que habitan y dañan su piel.

Esto sucede en contra de toda evidencia por parte de la persona que sufre el síndrome. Las personas que lo sufren pueden verse seriamente afectadas en su trabajo, en su vida social y personal y, en definitiva, en su día a día, sufriendo un gran malestar derivado del propio delirio.

Otros nombres que recibe el síndrome de Ekbom son: delirio de parasitación, delirio dermatozoico o síndrome de disestesia crónica cutánea. Así, se trata de un cuadro clínico en el que el paciente tiene la certera convicción (que constituye un delirio) de estar infestado (que no infectado) por parásitos.

Se desconoce su incidencia y prevalencia real en la población, aunque según Healy et al. (2009), entre un 15 y un 40 % de los pacientes manifiesta también un trastorno psicopático compartido (el llamado folie a deux).

Aunque se han utilizado otros términos para referirse al síndrome de Ekbom, como dermatofobia, acarofobia o parasitofobia, lo cierto es que son erróneos desde un punto de vista psicopatológico.

¿Por qué? Porque no se trata de una fobia (la persona no presenta los síntomas propios de la misma, como por ejemplo las conductas evitativas), sino de un trastorno delirante.

¿Dónde se clasifica el síndrome de Ekbom?

Actualmente existe cierta discrepancia a la hora de situar el síndrome de Ekbom dentro del campo de la psicopatología, en los diferentes manuales de referencia. En el DSM-IV-TR y la CIE-10 se incluye dentro de los “trastornos delirantes sin especificación».

Sentirse infestado por parásitos

 

El síndrome puede asociarse a la presencia de alucinaciones táctiles y de prurito (picor intenso que lleva al impulso de rascarse). La presencia de estas sensaciones que la persona siente producidas por insectos que le atraviesan la piel y se desplazan bajo ella recibe el nombre de “formicación».

Ausencia de patologías médicas

Cabe destacar que, en este síndrome, los exámenes médicos no ponen de manifiesto patología física u orgánica que justifique dichas sensaciones físicas en el paciente.

¿Trastorno primario o secundario?

En el caso de que el examen clínico no muestre alteraciones, podemos concluir que el síndrome de Ekbom se asemeja a un trastorno psicótico, y por lo tanto lo clasificaríamos como un trastorno primario.

En cambio, sí existen causas psiquiátricas que expliquen el síndrome, como podría ser la esquizofrenia, o causas orgánicas, como una enfermedad o la toma de un fármaco, entonces hablaríamos de un trastorno secundario.

Es importante recordar aquí que los dos síntomas principales de la esquizofrenia son las alucinaciones y los delirios, aunque no siempre aparecen juntos. Eso sí, muchas veces la alucinación se acompaña de un delirio que “justifique» lo que el paciente está viendo, escuchando o sintiendo.

 

Por Laura Ruiz, psicóloga

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