jueves, diciembre 26, 2024
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Colombia, ¿con una nueva tragedia?

Si hay país en el mundo que siempre mereció vivir en paz, progresar y solucionar problemas, vencer embates de la pobreza y las confrontaciones internas, anular soberbias y orgullos y avanzar exitosamente por los adelantos de la educación, la ciencia y la tecnología es, innegablemente, Colombia, país no solo querido entrañablemente por su gente sino por toda la que está en el mismo continente. La comunidad de naciones, en momentos álgidos, acompañó al pueblo y aplaudió que haya alcanzado la paz y la concordia con quienes, erigiéndose como “ejército revolucionario”, la condenaron, por cinco décadas, a una guerra sin cuartel.
Hoy, a pesar de las experiencias pasadas, protestas y manifestaciones pacíficas del pueblo han sido reprimidas con violencia porque delincuentes de toda laya, aprovechando justos reclamos de la colectividad, cometieron todo tipo de tropelías, asaltando comercios, bancos, instituciones y todo lo que significa imperio de la paz y la tranquilidad. La humanidad, aún en lucha contra el coronavirus, sigue y siente como en carne propia la tragedia que aparenta desencadenar una especie de guerra civil, contando, según entendidos, con la colaboración de algunos ex guerrilleros de las FARC no contentos con los acuerdos de paz y concordia firmados hace años y que, felizmente, trajeron la paz y la armonía al país que hoy padece desórdenes y actos criminales desencadenados por delincuentes.
Era de conocimiento del gobierno que las marchas y protestas se llevaban a cabo en ámbitos de paz; sin embargo, las fuerzas policiales incursionaron y buscando pacificar a las multitudes enardecidas por los excesos de la autoridad, causaron más desorden. El pueblo protestó contra una disposición tributaria contraria a su seguridad e intereses y la policía adoptó medidas equivocadas para imponer orden y tranquilidad; luego de varios encuentros entre manifestantes y policías se derogó la disposición sobre aumentos tributarios y hubo acuerdos para dialogar y convenir algunos remedios; pero , los ánimos caldeados sembraron dudas en la población que, según sectores, se muestra renuente a conversar, por miedo a que el gobierno no cumpla con los compromisos.
El pueblo colombiano está enardecido y no cree en los llamados al diálogo emitidos por el gobierno que está temeroso por posibles complicaciones que repongan antiguas rivalidades y enconos que han causado tanto daño al país. El mundo democrático, ajeno a extremos de izquierdas o derechas, desea que la paz y la concordia sean permanentes, que las partes en discordia abandonen posiciones radicales y, conforme al espíritu pacifista de todo el pueblo, vuelvan la armonía, la paz y la concordia para todos los colombianos. Espera, finalmente, que el gobierno, en aras de su propia tranquilidad, morigere los ímpetus policiales y que el diálogo, tan necesario, sea el medio para el encuentro de soluciones a todos los problemas y que resultan pretextos para que la delincuencia –que debe ser sancionada drásticamente conforme a las leyes– siga cometiendo atentados y crímenes que causan mucho daño al pueblo, destruyen la economía nacional y desprestigian al país que siempre ha creído en los principios democráticos y pacíficos como medios y forma de desarrollo y progreso armónico de la nación.

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