En las estadísticas mundiales y regionales sobre la lucha contra el covid-19, Bolivia ocupa lugares desde pésimos, malos a regulares y, en relación con otros países, parece que la estricta cuarentena del año pasado y la asombrosa disciplina de la población impidió una catástrofe como en Ecuador o en Brasil. Sin embargo, el asunto de las vacunas contra el virus se ha politizado al punto de extraviar al Poder Ejecutivo.
En Bolivia, la mayoría de la población se acuesta y se despierta con creciente incertidumbre. Cada amanecer es más difícil entender cuál es el objetivo del presidente Luis Arce y del régimen que comparte con su consejero Evo Morales.
Arce participó directamente en la campaña de su partido para las elecciones subnacionales del pasado 7 de marzo, en vez de priorizar los angustiosos problemas económicos y de salud. Durante sus visitas oficiales amenazó a los ancianos con no entregar vacunas contra el covid-19 si no apoyaban a su partido.
Estremeció a los habitantes de Tarija, un departamento y una ciudad que se esfuerzan por mejorar sus indicadores económicos y sociales, cuando prometió no autorizar vacunas para los “oligarcas”. Ni siquiera en las dictaduras militares se desconoció el derecho humano a la salud. ¿Quién es el “pueblo”, quién es el “oligarca”? ¿Cómo un líder puede ordenar la discriminación a ese nivel?
El presidente Arce no se preocupa por tranquilizar a la población dando la seguridad de tener una hoja de ruta para sacar al país de la crisis económica iniciada hace un lustro y empeorada por la pandemia. Aunque no acepta entrevistas con la prensa independiente, declara datos contradictorios cada que habla.
El 22 de enero, en conferencia pública anunciaba la llegada de “15 millones de vacunas” “la próxima semana”. Dijo que su plan contra el covid no se basaba en la represión y el miedo sino en la prevención. Pasó enero, pasó febrero, pasó marzo, pasó abril. ¿Qué sucederá en mayo?
El 26 de marzo agradeció a China y a Rusia a tiempo de anunciar un millón seiscientos mil vacunas para “el próximo mes”. Pasó marzo, pasó abril. Los cronogramas no se pudieron cumplir. Los rangos de edades para vacunar se fueron espaciando. No hay vacunas en los seguros de salud desde hace una semana.
Ni 300 mil habitantes están vacunados con las dosis correspondientes.
Al inicio de la semana anunció la llegada de un millón y medio de vacunas chinas. El martes sólo llegaron 334 mil. Se acabaron las vacunas en casi todas las capitales. Desde el miércoles tampoco hay material para las pruebas PSR. Se suma la suspensión de la segunda dosis para cerca de 700 mil vacunados desde marzo, a pesar de tener papeletas con sus fechas correspondientes. ¿Valen primeras dosis sin el refuerzo? ¿Es una buena estrategia priorizar el área dispersa y no a las urbes densamente pobladas?
Lo más preocupante de tener un líder como Arce Catacora es que tampoco autoriza a que otros sí logren traer vacunas y alivien a la población. Su gobierno impidió importarlas a una fundación que ya tenía los inyectables en puerto vecino y cierra el paso a las alcaldías y gobernaciones opositoras.
Esta semana, la peligrosa incoherencia del mandatario llegó al extremo de negar a los empresarios privados un plan de salvataje y su vigorosa propuesta de vacunar masivamente a los trabajadores, los pocos con empleos dignos en el país.
Con un capitán que provoca sus propias tormentas, una madre boliviana no puede dormir tranquila. Una familia tiene insomnio. Una ciudad se deprime. Un país delira.
Arce, capitán de la zozobra
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