En los últimos días se ha anunciado la realización de pruebas en el ferrocarril que une el puerto chileno de Arica con El Alto de La Paz. De hecho, a las 9 de la mañana del miércoles 5 de mayo reciente, un tren de carga del Ferrocarril Arica-La Paz (FCALP) salió desde el puerto de Arica, Chile, con destino a la ciudad de Oruro, Bolivia, con el fin de realizar una prueba tendiente a reactivar el intercambio comercial ferroviario entre ambos países. El tren partió cargado con 442 toneladas de bobinas de fierro. De esta manera un tren volvía a partir del puerto de Arica con destino a Bolivia, luego de más de 16 años de ausencia total de este tipo de operaciones, aun cuando el enfriamiento de ese vínculo ferroviario data de bastantes años más, si lo comparamos con lo que ocurría desde principios del Siglo XX.
Con algo de letargo, acaso pereza, el conglomerado del transporte pesado que lucra con el tramo Arica-La Paz ha salido por los fueros de su dignidad abofeteada por tan temeraria acción, y ha resuelto, olímpicamente, bloquear un sinnúmero de caminos y carreteras del Estado Plurinacional de Bolivia, particularmente las del Occidente del país. Esto, como es lógico, ha producido el pavor, acaso dibujó el rictus de la desesperación y aún del miedo, del temor, en el inestable rostro político del presidente Arce Catacora.
Con esos antecedentes y como fruto del proceso químico que el miedo produce en el organismo humano y aun en los riñones, según nos dicen la biología y la fisiología, el presidente Arce Catacora ha apresurado el comunicado vehemente, oficial, en el cual dice, grita –mejor-, que aquella atrevida intención “atrevida para aquellos a cuyos intereses personalísimos y harto sectarios perjudica”, queda definitivamente sin efecto y que las pruebas quedan también sin efecto y que no habrá tal ferrocarril, trenes de pasajeros ni de carga que unan Arica con La Paz. Entonces pudo respirar.
Como en todo caso y trama, existe aquí un damnificado, un perjudicado, una víctima, que viene a ser Bolivia, la fe de Bolivia puesta en un acuerdo solemne, el Tratado de Paz, Amistad y Comercio de 20 de octubre de 1904, en virtud del cual ambas repúblicas, Chile y Bolivia, acuerdan unir el puerto de Arica con La Paz, con el fin expresamente manifestado de unir y estrechar las relaciones políticas y comerciales de ambas naciones.
Mal para Bolivia, mal para la labor que en otro tiempo ha edificado este país, labor acorde a su política internacional invariable y franca, que ahora niega al negar un acuerdo suscrito de buena fe. Labor que se ve acechada por la férula de un sector mezquino e irracional y, del otro lado, por un gobierno famélico. Ambos sectores hoy se siguen disputando la presa que es Bolivia.
La retirada de Patacamaya
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