Una sempiterna guerra entre israelíes y palestinos recrudeció en los últimos días con el ataque alternado entre judíos y árabes. El conflicto armado data de hace más de setenta años, que es lo que de existencia tiene el estado judío de Israel, con una superioridad tecnológica y militar abrumadora sobre sus enemigos de raza y de credo.
El remoto conflicto entre ambos, ha cobrado notoriedad a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, en que millones de judíos desperdigados especialmente en Europa, pero en general desde mucho más antes, han persistido en sus reclamos ante la Organización de Naciones Unidas para que se le asigne un territorio, cuyo derecho nace para ellos –según dicen– desde miles de años antes del nacimiento de Cristo.
En el fondo, el fanatismo religioso de uno y otro ha contribuido decisivamente a la insolubilidad de sus reivindicaciones. El pueblo judío reclama desde mucho antes, el derecho a un territorio soberano, principalmente por razones históricas, y amparado en las Escrituras que sostienen que Israel es el pueblo de Dios. Y efectivamente la Torá habla de que Yahvé ha elegido a ese pueblo, y lo ha demostrado con el rescate de sus opresores egipcios, la promesa a Abraham, el paso por el Mar Rojo y muchas otras teofanías que dejaron inequívoca la creencia de que, desde los antiguos hebreos, Israel es el pueblo elegido para que fuese luz de todas las naciones.
Pero algo que no se puede dejar de considerar en esta inacabable pugna, es que Dios al elegir a ese pueblo, lo hizo en consideración a la promesa que le hizo a Abraham de bendecir en él a todas las familias de la tierra. Esa promesa estaba encarnada en su hijo Isaac, del que nació Jacob y al que el Dios de la creación le cambió por Israel, cuya descendencia dio nacimiento al pueblo judío; mas no existe constancia bíblica ni literatura histórica propiamente, de que hasta antes de 1948, haya existido geográficamente un país llamado Israel.
De hecho, tanto el Pentateuco como el Nuevo Testamento hablan únicamente de Palestina como país de nacimiento de Jesús. Es éste, en consecuencia, el fundamento primario que el pueblo palestino de hoy esgrime para tener un territorio libre, es decir una existencia geopolítica que se remonta a cuando era Canaán o la Tierra Prometida.
Luego, desde Abraham, considerado el primer judío, se tiene evidencia bíblica de que, junto a su familia, partió de Ur de Caldea para vivir en Canaán, lo que posteriormente fue Palestina, pasando por el Rey David hasta Jesucristo. Está bien, no cabe duda de que Dios eligió a Israel como a su pueblo, pero fue el pueblo de Israel, el favorecido con ese acto de amor, y no alguna región geográfica llamada Israel, simplemente porque no existía. En contrapartida, Palestina, ese retazo territorial con solución de continuidad que hoy es parte de oriente medio, estuvo principalmente ocupada por judíos (entre ellos Jesucristo) y la razón de su derecho, según su razonamiento sobre esos territorios, se funda en que el hijo de la promesa fue Ismael y no Isaac, pero sobre todo porque Alá eligió a Canaán, cuyos habitantes eran árabes y llegaron 4.500 años antes que los judíos.
Los israelíes de hoy, distintos racialmente de los israelitas originales, provienen étnicamente de distintas partes del mundo, así que no hay una pureza de raza, En fin, existen razones bíblicas, geopolíticas, humanitarias y de derecho internacional, para que uno y otro reclamen territorios. Por ahora, injustamente Cisjordania y la franja de Gaza, oficialmente cedidos a Palestina, sufren un secuestro en su propio territorio. A su vez, y desde las primeras intifadas, el pueblo palestino se da modos para sobrevivir a las represalias israelíes que provocan especialmente los ataques del gobierno de Hamás a su poderoso vecino. Entre tanto, lo que sí está claro, es que Dios escogió a Israel como a su pueblo, pero desde los primeros patriarcas hasta Jesús, nacieron y vivieron en lo que posteriormente fue y hasta hoy es Palestina.
Augusto Vera Riveros, es jurista y escritor.