La primera noticia que tenemos de algún francés trabajando en el campo de la minería en tiempos de la República, data de 1826, cuando un ciudadano galo descubrió carbón en la provincia Pacajes. Muchos años después el Gobierno boliviano a través de su Cónsul General en Europa contrató a los ingenieros La Ribette, Lenunhot, Pissis y Jelowicki para realizar estudios geológicos-mineros y al fundidor Julian Ferreir, para trabajar el cobre. Los citados técnicos levantaron informes minuciosos de los territorios asignados.
Paralelamente, otros franceses contribuyeron al desarrollo de la minería artesanal, como fue el caso de Jean Millet y Enrique Hertzog en Corocoro, y el establecimiento de un sistema de producción tecnificado impulsado por Armand, en la ciudad de La Paz en 1847.
Sobre este último personaje, se ignora sus datos biográficos y el primer antecedente que se conoce de él es una circular emitida el 27 de noviembre de 1845, en la cual se esclarece el ‘privilegio exclusivo concedido para explotar oro á Pedro Adolfo Armand: cómo deba entenderse y lo que comprende’.
Posteriormente, dos años después anunció su invento en el periódico paceño ‘La Época’: “que la escasez de brazos, y la imposibilidad que hay para la movilidad de grandes masas que se hallan frecuentemente en los lugares mineralógicos, situados comúnmente en desiertos y despoblados, han apurado mi industria y al fin he conseguido inventar una máquina que sin necesidad de brazos y bestias pueda conseguir conducir esas grandes moles, ahorrando tiempo y trabajo”.
Por lo que respecta al invento, unos días después los editores del citado periódico detallaron: “en el punto más alto desde el cual hay que hacer descender cuerpos pesados á lo bajo, hay un tambor atravesado por un eje perpendicular, que descansa en un dado, sobre el cual jira, á semejanza de un rodezno horizontal de molino. Una armazón de madera compuesta de dos pies fuertes derechos y una viga atravesada arriba, sirve para mantener perpendicular el eje, que pasa por medio de la viga atravesada. Una pieza del todo igual se coloca en el punto bajo á donde han de trasladarse los cuerpos que se quiere trasportar. Una cuerda sube por un lado, da vuelta sobre el tambor de arriba, baja por el otro lado, y volviendo sobre el tambor de abajo se une á su propio estremo. Se concibe que si se mueven en el mismo sentido los dos tambores, la cuerda que los circula se ha de mover también en el mismo; y que mientras baja uno de sus lados, el otro ha de subir. Esta cuerda es la que el Sr. Armand llama camino suspendido.
Pero la cuerda, que por sí sola formaría una curvatura, la tendría mayor cargando un peso en ella. Para remediar este inconveniente, y para que el peso que pueda trasportase sea mayor, el Sr. Armand ha discurrido hacer que la cuerda arrastre los cuerpos, pero que no graviten sino levemente sobre ella.
A este fin el Sr. Armand coloca dos barras de hierro, que corren paralelas y más alto que el camino suspendido, de un extremo á otro la distancia que hay que andar. De espacio en espacio, y según lo requiere lo más ó menos pendiente del terreno, coloca dos pies derechos atravesados de una viga. De esta viga atravesada descienden dos barras de hierro hasta más abajo de las barras que vienen de arriba á abajo, y haciendo una curvatura las toman por debajo, y las sostienen. Sus puntas no pasan á la parte superior de las barras largas, diremos así.
Los capachos ó receptáculos de los cuerpos que han de bajarse son cuadrados, y tienen a cada uno de los extremos de su boca un gancho de hierro, y otro en uno de los ángulos del asiento.
Colocando un capacho lleno sobre la soga ó camino suspendido, se enganchan los ganchos de la boca en la barra de hierro, y el del asiento en la soga, ó camino suspendido que tiene lo necesario al efecto: de trecho en trecho van colocándose capachos, y su gravedad pone en movimiento los tambores. Empieza á circular la cuerda, y los capachos se deslizan por la barra de hierro con una rapidez proporcionada á aquella con que la cuerda circula.
Para dar regularidad á este movimiento á medida que los capachos se vacían abajo, suben por el otro costado de la cuerda en la misma forma que han bajado, pero con un peso mucho menor que el que han bajado, y que se ha de determinar por la mayor ó menor rapidez del descenso, y por su extensión.
Es claro que ha de haber operarios arriba y abajo, que carguen y descarguen los capachos”.
Como se puede observar, el invento de Armand era complejo, pero con el transcurso del tiempo adquirió celebridad y el Gobierno Boliviano le proporcionó la patente de concesión por diez años de exclusividad de su invención. Lamentablemente, las notas de prensa consultadas no adjuntan el dibujo que representa el citado invento.
Paralelamente, nuestro biografiado junto a Manuel de la Cruz Méndez y Fermín Eizaguirre, en mayo de 1847, establecieron una sociedad minera con el fin de explotar oro, en el pueblo Sambate de la provincia de Yungas, en el departamento de La Paz.
Lastimosamente, dos años después el gobierno del Gral. Belzu, expidió una orden por la que se mandaba salir del territorio nacional y en el término de ocho días, a los extranjeros residentes, calificados como enemigos del reposo público y los datos de los detalles de la vida de Armand se perdieron con el tiempo.