Preocupa a la colectividad que surjan problemas en el país por alteración de las condiciones de paz y armonía debido a la presencia cada vez mayor del coronavirus; a las consecuencias que resulten de pedidos o exigencias de algunos grupos sociales que demandan solución a sus planteamientos; por la no llegada oportuna de lotes de vacunas; por atrasos en los programas de vacunación y, sobre todo, por la renuencia de quienes no aceptan vacunarse ni quieren prevenirse contra posibles contagios. Toda alteración de la calma política y social en el país puede ser incentivo para que el nerviosismo de los habitantes adquiera mayor gravedad porque está comprobado que los estados llamados “estrés” causan alteraciones nerviosas muy peligrosas y aptas para la proliferación del virus.
El gobierno, conjuntamente algunas entidades de salud, podría cooperar para evitar que las impaciencias de la colectividad se desborden y generen nuevas formas de agravar los problemas hasta ahora sufridos. Las iglesias cristianas y otras tienen forma de mostrar que los creyentes deben y pueden acrecentar su fe para que el drama concluya y, entretanto, la paciencia sea virtud que ayude a soportar las inclemencias sufridas.
En situaciones de angustia habidas, gobernantes y gobernados pueden unir medios y esfuerzos para calmar al pueblo con miras a despejar sus preocupaciones y todos conformar un frente común para enfrentar al virus que cada día adquiere mayor contundencia.
Estados anímicos alterados de las poblaciones, según las experiencias recogidas en el mundo siempre cambiante, han demostrado que son factores que contribuyen grandemente al surgimiento de conflictos para los que muchas veces se tarda años en encontrar soluciones.