Uno de los idiomas más bellos y complejos es sin duda alguna el español. En él se puede encontrar un sinfín de adjetivos, los cuales pueden describir de maneras maravillosas lo que se quiere enunciar, pero existen algunos momentos o situaciones que solo pueden ser acompañados por algún improperio, no quitando con ello la riqueza de nuestro idioma, simplemente que en determinadas circunstancias un buen ¡carajo¡ o ¡mierda¡ son casi imprescindibles.
En Mt. 23, 1-39, Jesús llama a los escribas y fariseos «hipócritas». Para la cultura e idiosincrasia de la época, dicho adjetivo vendría a equipararse al peor improperio de nuestro extenso arsenal de insultos. En aquel entonces, los mismos judíos se sorprendían enormemente al escuchar estas frases tan duras y explicitas, es más, muchas veces cuestionaron este actuar de Jesús, ya que para ellos un verdadero profeta solo debería pronunciar frases hermosas, llenas de amor y ternura. Pero se nos olvida que el mismo Cristo también fue duro con las palabras y con los adjetivos calificativos. En el mismo Evangelio de Mateo, Jesús llama a los fariseos y escribas “raza de víboras y sepulcros blanqueados”, un lenguaje duro que para aquel entonces.
La búsqueda de la verdad muchas veces necesita de frases o palabras duras y explícitas, ya que adornar la injusticia o el abuso con palabras bonitas o fáciles de digerir reduce la injusticia a simples e insignificantes fallas. Siguiendo el mismísimo ejemplo de Jesús, Monseñor Oscar Romero criticó duramente la violencia instaurada en San Salvador. No disfrazó la muerte con palabras bonitas y vernaculares, ya que una cosa es ser dueño de un lenguaje culto y de altura y otra cosa muy diferente es ocultar la injusticia detrás de un diccionario, eso es simplemente cobardía disfrazada de intelectualidad.
Definitivamente no caen bien las personas que actuando según principios y valores cristianos denuncien abiertamente las injusticias cometidas hacia los más desposeídos y débiles. Hablar con la verdad y con firmeza siempre traerá problemas. La Biblia está llena de profetas que por anunciar la verdad y denunciar la injusticia terminaron sufriendo diversos vejámenes y torturas. ¿Una persona de FE tendría que abstraerse de esta realidad por el solo hecho de salvaguardar su buen nombre o su propia seguridad? ¿Acaso no es más importante actuar en coherencia con lo que se dice creer? En este sentido, muchas veces unos buenos ajos y cebollas no son reflejo de bajeza o malcriadez, todo lo contrario, son adjetivos necesarios para denunciar la injusticia y el abuso.
Muchas veces se prefiere mirar de lejos el sufrimiento humano, sin tomar partido por los que sufren y lloran. El miedo hace presa de nuestro corazón, es entonces cuando las palabras bonitas disfrazan la injusticia, permitiendo de esta manera que estos abusos continúen, nuestro corazón se acobarda y paraliza, convirtiéndonos de esta manera en parte activa del problema y no en la solución.
Por ello es preferible usar algunos “ajos y cebollas” para denunciar la injusticia o el abuso, aunque nos tilden de irrespetuosos o ignorantes. Es preferible arriesgar el buen nombre que traicionar nuestra propia conciencia o nuestra Fe, es preferible arriesgar la propia seguridad que arriesgar el espíritu. El Evangelio requiere valentía, firmeza y muchas veces dureza, ya que la Fe exige una postura a favor de la justicia; obviamente estos ajos y cebollas nunca, pero nunca deben llamar a la violencia o al enfrentamiento entre hermanos, ya que el que a hierro mata a hierro muere; hay que ser claros, si se está dispuesto a anunciar y denunciar como buen profeta; también se debe estar consciente de que muchas veces esto trae consigo las mismas represalias que sufrieron aquellos que con sus actos y palabras cambiaron el mundo.
Como decía Martin Luther King: “Si el hombre no ha descubierto nada por lo que morir, no es digno de vivir”.
Marcelo Miranda Loayza, Teólogo y Bloguero.