Me harté de escuchar sobre la golpiza que hace unos días se dieron dos parlamentarios entre sí opositores. Y la verdad es que no hay que hacer tanto ruido por ese hecho en sí mismo, como no fuera por los móviles que inducen a ese tipo de comportamientos en Bolivia.
En todos los parlamentos del mundo existen trifulcas, puñetazos y suturas quirúrgicas como resultado de enardecidos debates y contraposición de ideas que cada uno de los contendientes defiende a costa de su propia dentadura. Por supuesto que la violencia debe ser condenable en todo escenario y por eso todo verdadero demócrata proclama que las ideas se defienden con ideas, como sucedía en los parlamentos de hace cincuenta o más años en que la función legislativa y fiscalizadora se ejercía por preclaros y cultos humanistas conocedores de su oficio y, aun así, no eran raras las expresiones de violencia por lo menos verbal. Por tanto, no podemos tapar el sol con un dedo, porque Bolivia es un país violento, y quien por puro patrioterismo diga que no, pues en la historia inmediata fíjese únicamente en los hechos de Chaparina, la Calancha, Sacaba, Montero, Senkata, los chicotazos que gente del proceso de cambio daban a quienes en las calles circulaban con corbata cuando apenas aquellos se habían instalado en el poder, los avasallamientos que se dieron por esa misma época a propiedades privadas, especialmente rurales, con el beneplácito del gobierno o las manifestaciones públicas de dos ciudadanos cruceños que haciendo gala de su piel blanca, exhibieron una repugnante muestra de xenofobia por quien consideran racialmente inferior o nacido en el occidente.
Y, entonces, lo que sí debe indignar es que en nuestro Parlamento carente de ideas y de propuestas, lo que existe es un racismo que hace que “blancos” difamen a indígenas e indígenas escupan y peguen, proclamando –éstos– un supremacismo en todas sus formas sobre toda otra raza que no sea la originaria de América.
Sin duda el racismo que ha estado presente en todas las épocas, fue en los gobiernos del Movimiento Al Socialismo cuando alcanzó notoriedad, simplemente porque desde la cúpula del partido se ha incentivado una polarización de clases con un discurso racista y de mentiroso indianismo, que nos está llevando a una división cuyas heridas no cicatrizarán pronto.
En general, el socialismo del Siglo XXI ha cometido tantas torpezas también en este ámbito, que el Presidente argentino dijo recientemente que los brasileños vienen de la selva, los mexicanos de los indios y los argentinos llegaron en barco de Europa. Tremenda soberbia primero y, ante todo, gran desconocimiento de la conformación étnica de su propio país, donde mucho más del cincuenta por ciento son mestizos, con un no despreciable número de indígenas.
Los empujones de la izquierda y los derechazos de un opositor en el parlamento, no tienen que ser motivo de grandes titulares, pues desde la Revolución Francesa en que el azar los ha situado a unos a la izquierda y a otros a la derecha, se producen ese tipo de incidentes, pero sí, despojándose de todo patrioterismo, no podemos negar que en Bolivia existe un marcado racismo y nadie con un mínimo de hidalguía puede negar que tan nefasta conducta viene de uno y otro lado. Cholos e indígenas defienden a capa y espada su linaje, haciendo gala de un supremacismo en todas sus formas.
La interpelación a un Ministro dio lugar a que un senador opositor se aproximara a la testera para reclamar o hacerse escuchar –sólo él lo sabe– airadamente al Presidente, enseguida todos vimos cómo un diputado del partido gobernante, con una irracional desproporcionalidad entre la actitud del senador de la derecha, que la consideró inapropiada y la reacción del diputado masista que se fue directamente a las manos, hizo que éste resultara visiblemente lastimado.
A ese derrotero nos está llevando el racismo que es rasgo que está distinguiendo a esas dos Bolivias, por las que se está haciendo esfuerzos de una nítida demarcación.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.