Dicen que si las tradiciones no existen hay que inventárselas porque son necesarias para darle sentido a nuestras vidas; en la literatura existe la tradición de las dedicatorias. No me refiero a las que escribimos el momento de firmar autógrafos, me refiero a las que están en las primeras páginas de los libros de cualquier género. Los escritores hemos hecho de las mismas un acto de fe en los amigos, familiares y/o personas que tuvieron que ver con la creación o publicación de nuestras novelas, poemarios o libro de cuentos. Hace unos días leí, en el suplemento Babelia del periódico El país, de Madrid, un interesante artículo de Laura Ferrero titulado “Dedicado a quienes no leen las dedicatorias”[1] en el que señala que estas “relatan una historia secreta de la literatura”, que la mayoría de las veces no les prestamos atención cuando abrimos un libro.
Las dedicatorias pueden ser nostálgicas, melancólicas, enigmáticas, cripticas, declaraciones de amor, de odio, venganza y hasta revanchas literarias. Las hay de todo y para todos como la literatura misma. En mi caso la mayoría de las dedicatorias de mis libros fueron escritas para los seres que amo: “A Carmen, naturalmente” y en otro me repito con mi hija mayor: “A Brisa, por supuesto”, “A Luis Antonio y Carmen Lucía, por enseñarme a amar”; así como a amigas y amigos queridos, nunca me he arrepentido de ninguno de esos homenajes íntimos pese a que, tiempo después de salir publicado el libro en cuestión, la amistad o el amor se hayan terminado, la dedicatoria refleja un instante de nuestras vidas que fue hermoso mientras duró. He dedicado libros a amigos desparecidos en las dictaduras, a otros que se perdieron alucinados en la noche: “Para los amigos que quemaron sus naves en las desoladas amanecidas”; en algunos de mis libros he distinguido a grandes escritores que se convirtieron en mis maestros, cuyas palabras impulsaron mi “nes des fous”, mi barco/delirio, que navega desde hace décadas por la mar oceánica de la escritura; seres maravillosos que algunas veces me mostraban la Cruz de sur y otras me enseñaban a pilotar las historias con brújula en mano.
Ferrero hace un recuento de algunas extraordinarias dedicatorias: “En Tan fuerte, tan cerca, Jonathan Safran Foer estampa al inicio: “Para Nicole, mi idea de lo hermoso”. Nicole Krauss, su mujer de entonces, le responde en la dedicatoria de La historia del amor: ‘Para mis abuelos, que me enseñaron lo contrario de desaparecer. Y para Jonathan, mi vida entera’” (…) “O esta divertida y certera de Gillian Flynn en Lugares oscuros: “¿Qué puedo decir sobre un hombre que sabe cómo pienso y todavía duerme a mi lado cada día con las luces apagadas?”. Luego Ferrero se refiere a una dedicatoria propia del genio de Camilo José Cela con las que se abre La familia de Pascual Duarte: “Dedico esta edición a mis enemigos que tanto me han ayudado en mi carrera”. Este “caramelo envenenado” como lo define Ferrero me trajo recuerdo a una dedicatoria de mi padre Antonio Carvalho Urey, que en uno de sus libros escribió: “Hay ciertas personas que, cuando publico algo, se envenenan de rabia. En obsequio a ellas va este nuevo libro. Lamento que se adelanten la muerte” y la lapidaria dedicatoria de mi padre me recordó una frase de Augusto Monterroso que, en una entrevista, afirmó que cada vez que publica un nuevo libro se imagina la cara de sus enemigos cuando leen la noticia en el periódico, entonces me imagino a esos sujetos y sus reiteradas peregrinaciones al baño y no necesariamente para bañarse. Conozco a algunos de estos envidiosos que se mueren de rabia cada vez que algún autor que odian publica un libro.
Según Tan Castillo: “Muchas veces, la dedicatoria tiene que ver con el apoyo o el resentimiento que se desprende de amigos, amantes, familiares o hasta desconocidos que se involucraron en dicho proceso. Por ejemplo, E.E. Cummings tenía una colección de poemas que fue rechazada por varias editoriales; finalmente, y cansado de esto, pidió prestados 300 dólares a su madre y publicó el libro bajo el nombre: No gracias, y lo dedicó a las 14 editoriales que lo habían rechazado, formando un caligrama con sus nombres”[2].
Solo para divertirnos aquí van algunas dedicatorias:
Empezamos por la hermosa dedicatoria de Antoine Saint-Exupéry en El Principito: “Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Pero tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada. Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan). Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria: A León Werth, cuando era niño»
– Jorge Wagensberg, Ideas sobre la complejidad del mundo: «Dedicado a lo constantemente nuevo, a la duda metódica, a la timidez desafiante, al siempre es ahora mal que le pese al después, a la complejidad, en fin, dedicado a Alicia».
-Robin Hobb, Las naves de la magia: «A la cafeína y el azúcar, mis compañeras en muchas largas noches de escritura».
-Javier García Sánchez, Ella, Drácula: «A Susana, que supo rebatirme, una tras otra, las cinco razones de peso que le expuse para no escribir jamás la novela».
-Fernando Aramburu, Vida de un piojo llamado Matías: «Dedico esta historia a las personas queridas en que vivo».
-Mark Z. Danielewski, La casa de las hojas: “Esto no es para ti”.
-Shannon Hale, Austenland: “Para Colin Firth, eres un gran tipo, pero estoy casada, así que creo que deberíamos ser solo amigos”.
-Tobias Wolff, Vida de este chico: “Mi primer padrastro solía decir que con lo que no sé se podría llenar un libro. Aquí está”.
-Rubén Bonifaz Nuño, El manto y la corona (poemario a un amor no correspondido): “Aquí debería estar tu nombre”.
-Carlos Ruiz Zafón, La sombrar del viento: “Para Joan Ramón Planas, que merecería algo mejor”.
– Charles Bukowski,Cartero: “Esto se presenta como una obra de ficción y no está dedicado a nadie”.
-Neil Gaiman,Los chicos de Anansi: “Ya sabes cómo funciona esto. Coges un libro, saltas a la dedicatoria y descubres que, una vez más, el autor ha dedicado su libro a alguien que no eres tú.No será así esta vez.Porque no nos hemos encontrado todavía/no hemos tenido la ocasión de echarnos una mirada/no estamos locos el uno por el otro/no es tampoco que no nos hayamos visto en mucho tiempo/ni que estemos relacionados de algún modo / quizás jamás nos veremos, pero, confío en que, a pesar de todo ello, pensamos mucho el uno en el otro…Este es para ti.Con lo que ya sabes y probablemente ya sabes por qué”.
Y ahora usted, amable lector, recuerde las que más le gustaron y así hasta la eternidad…