domingo, diciembre 22, 2024
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Por la boca muere el pez

Está claro. Cuando Evo Morales, el dictador que algunos meses antes había renunciado y hecho dejación del cargo sin esperar la consideración de su dimisión escrita, por la Asamblea Legislativa Plurinacional; en una reunión reducida (comparada con las que acostumbra celebrar) y probablemente en el trópico cochabambino, confesaba motu proprio que durante la crisis política provocada mucho antes del fraude, es decir, desde su ilegal e inmoral pretendida candidatura anunciada luego de perder un referendo, tenía todo el poder político para decidir quién iba a gobernar el país transitoriamente.
El video que por fortuna esta vez no lo negó, no necesita de interpretaciones ni de uno ni de otro lado, ni de criterios cátaros, porque el audio perfectamente sincronizado con las imágenes, permiten establecer que en su momento el jefe del MAS se arrogaba todas las facultades políticas para decidir el futuro por lo menos inmediato del país. En tono por demás distendido, sin que nadie lo presione o le jale la lengua, suelto de cuerpo y manipulando a una audiencia gregaria y predominantemente joven, Morales manifestó que había cuatro escenarios que su militancia le planteó para sucederlo en la Presidencia.
La eventual ocupación presidencial por un militar, por Eva Copa o por el Presidente del Tribunal Supremo de Justicia, (todos indudablemente inviables por ilegales) fueron –según su propia alocución– desestimadas en cada uno de los casos, por el propio Morales. En consecuencia, era Jeanine Áñez la llamada –siempre según su voluntario parecer– a ocupar la presidencia del país.
No vamos a entrar en las precisiones sobre lo que hubiera sido para la democracia, que el jefe masista se inclinara por una de esas tres primeras opciones, porque finalmente de ninguna de ellas hizo uso. Ni siquiera es motivo de análisis la bajeza respecto a su entonces militancia alteña, a la que redujo a un simple conglomerado de busca pegas, porque el caso es que quien, como desde la asunción al mando del presidente Arce, aduce que su antecesora ocupó la primera magistratura como fruto de un golpe de Estado, no podría apoyar su elección como salida política a tan difícil momento. Esa actitud de Morales nos plantea cuatro escenarios:
Primero; que el MAS tenía el poder para decidir quién iba a ocupar la presidencia. Segundo; que se confirma que el jefe nunca consideró a Adriana Salvatierra, Víctor Borda o cualquier otro que le siguiera en la línea constitucional y que fuera correligionario suyo para asumir el mando de la nación. Tercero; que en su momento había un tácito reconocimiento –traducido luego en un apoyo expreso– al derecho constitucional de Jeanine Áñez para sucederlo ante la dejación suya del cargo; y, por último, la complicidad del Movimiento Al Socialismo en el golpe de Estado argüido, precisamente por el apoyo y protección que Morales decidió dar a quien ahora consideran una ex presidenta de facto.
Y, sin embargo, no hay que ser muy listo ni muy versado en ciencia política, para descartar este último escenario, supuesto que los hechos, las pruebas, pero particularmente las confesiones que en el derecho y en nuestra economía jurídica, son indivisibles respecto a las declaraciones que de ellas resultan, dan cuenta de que nunca hubo golpe de Estado. Lo que sí hubo es una manifiesta innoble, insana y antipatriótica intención –infelizmente lograda– de provocar un vacío de poder para prolongar el terror que por entonces hizo presa principalmente del eje central, y con ello, la convulsión social y el desconcierto ciudadano.
No hay manera razonable de endilgar a Áñez, las muertes que se produjeron en El Alto, Sacaba y otros lugares del territorio nacional, si las crónicas periodísticas incluso de los periódicos y canales de televisión, entonces como hoy rendidos a los gobiernos del MAS, mostraron y narraron en su momento quiénes eran los verdaderos responsables de la fiereza con que azuzaron al enfrentamiento entre bolivianos. Esta novela llega a su fin.

Augusto Vera Riveros, es jurista y escritor.

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