Por el vocablo pueblo generalmente se entiende un grupo de personas asentadas en lugar determinado, municipio, comunidad o pequeña población, aunque para los ingleses pueblo es también “lo primitivo”, una tribu, la gente humilde y otros. Hasta la Segunda Guerra Mundial por pueblo se entendía la nación, pero desde entonces el término sociedad ha sustituido al anterior. Los pueblos latinos refieren la sociedad a su sentido propio, como lo social, político, económico, etc. Tenemos países con lenguas diferentes, costumbres propias, etc., que otros prefieren llamar culturas, así la nación canadiense, la suiza y muchas otras incluyen poblaciones de diversos orígenes e idiomas distintos, conviviendo en paz y armonía dentro de una común nación o Estado. No obstante, pese a las diferencias semánticas anteriores, pueblo es toda una nación integralmente considerada, sin diferencias cualitativas ni cuantitativas. Por esto el concepto nación es inclusivo y opuesto a parcialidades.
Dicho lo anterior, se deduce que hablar de un sector social de mayoría real o supuesta ponderando sus virtudes y asignándole excelencias, al cual se llama “pueblo”, en detrimento del resto social es caer en discrimen excluyente. Este es el escenario del distanciamiento entre partes componentes de un todo. Discursos como ese buscan enfrentamientos entre sectores: el campo contra las ciudades, la mayoría originaria real o supuesta contra las clases medias, etc., estamos frente a una forzada visión binaria, maniquea.
Esta es la verdad que vivimos y hay que señalarla sin tapujos, sin autoengaños, tampoco falsos remilgos. Un velo piadoso, pero a la vez hipócrita oculta la verdadera cuestión de fondo de nuestro país. Una prédica intencionada de años ha sembrado semillas de odio de fácil arraigo y rencores retroactivos que los tiempos de la posmodernidad los hacen incompatibles. Pero ahí están cuanto una carga pesada, abrumadora y agotadora.
Tal semi-ideología asigna la totalidad de los derechos a los denominados originarios, dejando en la sombra al resto de la población nacional. Sin abundantes elucubraciones se advierte que su práctica es política, racista y excluyente. Esta escatología promueve el odio de los sectores de origen campesino contra “el otro”, el distinto –no obstante, somos un país mestizo– de modo que este grado sociológico de alteridad es el polo opuesto de la reconciliación.
La situación se torna dramática cuando el poder se monopoliza en todas sus escalas y niveles en manos de la clase supuestamente redimida. De suerte tal que para los excluidos solo restan los derechos civiles, cuando mucho. La señalada basa se sustenta o cree sustentarse pretendiendo que “los otros” ejercieron y aún ejercen discriminación contra la mayoría real o aparente. Se debe consultar algo de historia social y política y la realidad misma para constatar la existencia de infinidad de antecedentes que desmienten esa versión. Una de las verdades radica en que el país es comparativamente el de mayor apertura y movilidad social del continente.
Por otra parte, se tilda prejuiciosamente a la Constitución Política del Estado (CPE) anterior, la de 2004, sindicándola de no incluir expresamente a los aimaras, quechuas, guaraníes, etc., condenándolos fuera de la nacionalidad. La indicada CPE de 2004 ya en su artículo primero define a Bolivia como país multiétnico y plurinacional, reconociendo fundamentalmente la igualdad de derechos y obligaciones a la integridad de la ciudadanía, así como su derecho a elegir y ser elegidos, etc. No eran, pues, necesarias especificidades ni particularidades; tampoco lo hace el texto constitucional comparado. Al cúmulo segregacionista apuntado, se suma que las clases medias se hallan sometidas a una ofensiva propagandística denostadora y de aliento a rencores gratuitos, argumentación insostenible ante el menor análisis.
Por ello cuantas veces los áulicos del régimen y los propios gobernantes hablan de “pueblo”, sus formulaciones consideran como tal sólo y exclusivamente a los originarios, segregando al resto de la sociedad boliviana. Este clima regodea los oídos de esa multitud masiva o no. Se la usa con fines político utilitarios en provecho de los verdaderos detentadores del poder o cúpula manipuladora. A manera de colofón vale la pena subrayar que pueblo es toda una nación, concepto indivisible e integral a salvo de intentos parcelarios.
El autor es jurista, escritor y periodista.