Mañana, 6 de agosto, se cumplen los 20 años de la renuncia a la presidencia de la República del general Hugo Banzer, en Sucre. Pero, además, el 19 de agosto, señala el medio siglo de la revolución que se inició en Santa Cruz en 1971 y que lo encumbró en el mando. Hace 20 años yo era el ministro de Informaciones de Banzer, así que era protagonista; 50 atrás era solo un primer secretario trabajando en la Cancillería, aunque ya era su partidario.
Asumí la cartera de Informaciones porque el presidente me lo pidió. Estábamos saliendo de la “guerra del agua” en abril del año 2000 y no había forma de zafarse. Ya había ocupado la misma cartera, con malos recuerdos, durante la presidencia de Jaime Paz Zamora, cuando habiendo sido yo un implacable crítico del MIR se conformó el Acuerdo Patriótico y el general Banzer, sin advertirme siquiera, me incluyó entre los ministros de ADN para conformar el gobierno.
El 1 de julio del 2001 el presidente Banzer partió a EEUU aquejado por dolores muy fuertes en la espalda y víctima de un gran agotamiento. El día 5 el presidente en ejercicio, Jorge Quiroga, me citó a su oficina de la Vicepresidencia, donde me confirmó que el general Banzer padecía de cáncer y que debía comunicarme con su hija y secretaria privada, Patricia de Valle. Hablé al hospital Walter Reed y ella me informó que se le había detectado un tumor canceroso en el pulmón izquierdo al presidente y que era necesario que yo lo comunicara al país esa misma noche por la TV del Estado.
Inicialmente, debería informar sobre un tumor y nada más, pero eso quedaba abierto a muchas dudas. Finalmente, optamos por comunicar de un tumor en el pulmón izquierdo, sin mencionar el cáncer. La prensa, como es natural se alborotó y surgieron las preguntas de toda índole, que eran difíciles de satisfacer. Surgió de inmediato el tema de la sucesión presidencial, algo que en Bolivia siempre ha traído complicaciones.
Al día siguiente, con mis colegas Fortún, Pérez y el secretario general de ADN, Mario Serrate, estuvimos en Washington, hospedados dentro del enorme hospital Walter Reed. La impresión fue conmovedora cuando vimos al presidente. En una semana se había consumido. Hablando pausadamente, nos explicó que el tumor original era canceroso, pero que, además, se había extendido al hígado. Es decir que padecía de una metástasis. Tenía muy clara la figura de que su cáncer era terminal y que había que dejar todo en orden en el país.
La reserva informativa era necesaria porque políticos y periodistas, razonablemente inquietos, averiguaban cómo se manejaría el gobierno en su ausencia; cuándo renunciaría el presidente y si de ser así convocaría a nuevas elecciones. Las preguntas no cabían, estaban de más, ya que la Constitución señalaba que el vicepresidente Quiroga gobernaría como titular hasta el final del período. Pero no faltaba la maledicencia que afirmaba que algunos ministros banzeristas tenían cercado al presidente Quiroga y que se había confirmado una suerte de triunvirato –Fortún, Pérez y mi persona– para no darle respiro a Tuto hasta que retornara Banzer recuperado, lo que era un acabado disparate.
Sin embargo, por las murmuraciones en todo sentido, empezaron los pedidos de renuncia al enfermo. Los periodistas se canibalizaron tanto como los políticos, y querían que yo, el único autorizado para referirme al tratamiento de quimioterapia, informara si Banzer viviría una o dos semanas o más. Ni sus médicos podían saberlo.
Banzer, en esas circunstancias, me pidió que viajará yo solo a Washington. Antes hablé con Jorge Quiroga y algunos de los ministros y concluimos en que era necesario aconsejarle a Banzer su renuncia. No hubo necesidad. “Ha llegado el momento en que renuncie. El tiempo se acorta. Es necesario que Tuto asuma el mando a plenitud. Pero voy a dimitir en Bolivia, no aquí. Iré a Sucre el 6 de agosto, aunque allá me encajonen”, me dijo.
Me pidió redactar su renuncia al mando para ese mismo día, lo que hice en las oficinas de nuestro embajador en la OEA, Marcelo Ostria. Luego anuncié al país la decisión presidencial. Banzer retornó a Santa Cruz el 3 de agosto y fue recibido en medio de vítores y una gran caravana. Una multitud se volcó a las calles. El 6 llegamos a Sucre en medio de aplausos de gente agolpada en la plaza. Su ingreso a la Casa de la Libertad produjo un momento de tensa emoción. El soldado ágil y fuerte de unas semanas atrás, apoyado en un cayado, llevaba a cuestas los rastros del mal incurable. El Congreso, de pie, lo recibió con una cerrada ovación. Renunció pidiendo respaldo al nuevo presidente y señalándolo como al hombre que el destino había puesto en ese lugar en el momento preciso.
Veinte años después
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