domingo, diciembre 22, 2024
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“Cuidarnos” es una necesidad

Parte I

Cuidarnos: añoranza de un profesionalismo compartido y de una gestión que cure los espíritus rotos y cansados de los sanitarios.

Mi trabajo como médica nada tiene que ver con una embotelladora, o con una persona que trabajase en una embotelladora, en una cadena de montaje. Lo sé porque a veces lo deseo. Se habla de las diferencias, de la imprevisibilidad que sucede en el ejercicio de la medicina, y claro, los humanos somos variables, ambiguos, contradictorios. Por eso a veces querría apretar tornillos, podar zarzales, en los parques de mi ciudad. Existe tal diferencia entre lo que tú sabes y lo que saben las personas que atiendes, que no se puede hablar, solo se puede cuidar, o no cuidar; y ahí arriba te hielas de frío. A veces pienso cómo sería entregarse totalmente, confiar en un colega, dejarme cuidar, porque incluso cuando estás enferma, esa inocencia, esa asimetría salvadora, ya no existe para ti. Máquina de cuestionar, buena médica. Hace frío. Me ha encantado una frase, le doy vueltas: “Para cada problema complejo hay solo una solución que es simple, escueta e incorrecta”. Cuestionada de gestores, de financiadores, del lado de mis pacientes, de sus necesidades y preferencias, las que yo imagino y que tantas veces parecen oponerse a mí, a la eficiencia, y que constantemente cuestiono también. Eso, podar zarzales, árboles. Apretar tornillos. Que no se hielen los rosales. Servir cafés. He de confesar que dudé entre hacerme preventivista o camarera o jardinera. Que aún lo dudo.
¿Qué es ser una médica? Trabajar como médica, ¿Qué es? ¿Qué se espera de mí? ¿Cómo es la relación con las pacientes, con las compañeras? ¿Qué espero yo? ¿Qué quiero ser? Y ¿Cómo pasa? ¿Cómo va pasando mientras trabajo sola, solitaria? Querría descansar. Sola, dentro de equipos de otras médicas, otras enfermeras. De pueblo en pueblo. Querría descansar; a veces, directamente, huir. No había ninguna asignatura ni hubo ninguna conversación, porque la atención estaba en otra parte. En cómo la sangre fluye y sobre todo en por qué y qué contiene en su interior. Hubo tiempo durante la primera residencia. Mirar alrededor a la medicina desplegarse, mirarla desplegándose. La verdadera. Y fue sucediendo luego. La vivencia íntima de un trabajo tan particular. Reconocer un gremio, pero allá a lo lejos. Y también la mezcla de ciencia y arte y oficio y experiencia y eso que no aprendí. Eso que no tenía aún. Todo eso que no aprendí.
Profesionalismo. Me gusta la palabra. Tampoco la entiendo del todo. Me gusta porque me remite a un grupo. A mí no me gusta el trabajo solitario, pero mi trabajo como médica de primaria, como pediatra, siempre es muy solitario. Me gusta pensar que pertenezco a un gremio. Sí, lo siento a veces, mentira, me lo invento. Los Colegios de Médicos defienden algunas cosas; pero yo me refiero a algo más, ¿cómo decirlo?, romántico. Novelesco. Al juramento hipocrático zumbando y los humores dentro de la zona del cerebro donde se imagina. Evocar, discusiones deliciosas, la medicina que amamos y luego lo que sucede en cada encuentro con los pacientes, el contraste.

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