A veces la televisión de mi casa está encendida y, de reojo, veo lo que transmite. Y todas las veces que eso ocurre siento tristeza, náuseas y repudio. Todas sensaciones malas. Y es que no solamente los noticieros están llenos de noticias de violaciones, asesinatos, escenas obscenas, miserias políticas y llanto en general, sino que toda la programación de la mayoría de los canales es basura que no aporta nada a la edificación ni intelectual y mucho menos espiritual del televidente. Los medios nos han sumergido en una cultura de violencia y enfermedad.
No sé si es solo mi impresión, pero creo que los noticieros bolivianos están adquiriendo cada vez más un tono de crónica roja. Y no quiero decir con esto que las desventuras y los sufrimientos no deban ser contados, pero definitivamente el enfoque periodístico debería ser cambiado. Parecería que la ética periodística ya no existe, ni la preocupación por la calidad del producto periodístico. Y es que la industria periodística se está dejando llevar poco a poco por la ligereza, el mercado y el morbo que se enciende en la audiencia televisiva, sin importarle nada la degeneración y la miseria a las que la está llevando.
Hablo de los noticieros, que creo que son la más aguda expresión de lo mal que van las cosas. Pero también se puede mencionar los programas vespertinos, que son realmente embrutecedores. En este sentido, causa nostalgia saber que hubo programas del tipo que hizo Carlos Mesa junto con PAT. En el área del periodismo impreso, hubo ya hace varias décadas revistas literarias y culturales que dieron espacio a las ideas del espíritu y el arte, pero que duraron poco por la poca receptividad que la población tiene hacia éstas. Es pues, el periodismo, el termómetro del nivel cultural de una sociedad.
Pero volvamos a la televisión. La televisión extranjera también peca de ser no solo frívola sino además desmoralizadora. Hay, por ejemplo, un programa de demandas judiciales que se dirimen por el dictamen de una jueza que, martillo en mano, grita al fin ¡caso cerrado! En tal programa solamente se habla de violaciones, violencia doméstica, pornografía, borracheras y orgías. Este programa se transmite también en canales nacionales y lo pasan en horarios pico por el consumo masivo que genera.
Volviendo al asunto del periodismo nacional, creo que, si queremos apuntalar una educación y una moral sanas, debería vetarse legalmente cierto tipo de contenido. Ello, repito, no quiere decir que no se deba contar las cosas malas, pero se las debe contar con tono edificante y de rectificación. Por ejemplo: el suicidio. Creo que el suicidio no debe ser ocultado, más al contrario: debe ser tratado seriamente. Lo que sí se debe ocultar es la fotografía del cadáver sobre el asfalto, debajo del puente…
El deseo de ver lo morboso, como un voyerista, es innato del ser humano. Y como pocos tienen la claridad mental para darse cuenta de que ese tipo de shows son nocivos para la salud espiritual e intelectual, pocos evaden el morbo. Es cierto que, en algún sentido, poner límites legales a ese tipo de contenido supondría atentar contra la libertad de prensa. Es por eso que la responsabilidad de poner freno a ello no recae tanto en los consumidores de basura televisiva o en los legisladores, cuanto en los medios de información y los mismos periodistas, quienes por iniciativa propia deberían callar ciertas cosas, pues en sus manos tienen una responsabilidad grande: contribuir al nivel cultural y educativo de su sociedad a través de sus contenidos. No estamos pidiendo que transmitan programas de divulgación científica o historia del arte, pues poquísimos los verían, sus audiencias se reducirían dramáticamente y probablemente entrarían en la quiebra. Pero sí pedimos que no pasen programas tan sangrientos o tan estúpidos.
Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.