La política boliviana está plagada por hechos insólitos e inconcebibles, que conmovieron, en muchas ocasiones, no sólo a la región, sino al mundo. Una actividad ingrata, desleal y desacreditada, que tiene sus propios bemoles, que siempre ha restado esfuerzos y dividido al país. Que ha promovido actos de incomprensión e intolerancia, en desmedro de la unidad nacional.
El debilitamiento de algunos partidos, en la arena de las lides políticas, fue el resultado de pugnas, discrepancias y peleas internas, que tocaron fondo, en su momento, marcando el retroceso, de manera traumática. No existían señales de reconciliación que pudieran propiciar la reunificación. No había ni la menor predisposición para arriar las banderas del divisionismo. La suerte estaba echada y tendrían que buscar la manera de sobrevivir.
Sus jerarcas, ante esta situación, caminaron sobre ascuas, con el “Jesús en la boca”, inmersos en la desesperación y la angustia. Golpeados por la adversidad, inesperada. Tratando de maquinar cierta apariencia de unidad. Pero la manzana de la discordia había logrado introducirse, dañando la armonía, la concertación y unidad partidarias. Ello ha ocurrido en todo tiempo. En consecuencia: hemos asistido en el país al debilitamiento, y en algunos casos al “entierro”, de muchos. Unos grandes y otros pequeños. Populares e impopulares, entre ellos.
Podemos anotar algunos problemas que ocasionaron la ruina partidaria. Por ahí se ha mencionado el hecho de haber incurrido en desviacionismo, en tergiversación o se haya apartado del pensamiento programático. Asimismo, el incumplimiento de ofertas electorales, el favoritismo o la imposición, tan rechazada. Ahí es cuando vino la desgracia.
El partido más influyente, de esencia revolucionaria, de los años 50 del siglo pasado, por decir, acabó debilitado, hasta nuestros días, posiblemente por los problemas que hemos mencionado. Había tomado, en el gobierno, las medidas de transformación más significativas. Había promovido el verdadero cambio, fundado en la teoría de alianza de clases, con miras a un futuro mejor. Sus acciones gubernamentales jamás fueron revertidas ni por las dictaduras militares más recalcitrantes. Desde esas jornadas, a la fecha, los gobiernos de turno, de tendencia derechista o izquierdista, trabajaron buscando la profundización de aquéllas. De veras que toda institución tiene su ciclo de vida. Nada ni nadie es imperecedero.
Los errores contribuyeron al desgaste, al debilitamiento y el fraccionamiento de dicho partido, que tuvo, como bien sabemos, la oportunidad de saborear la miel del Poder, por muchos años. Los excesos profundizaron las diferencias, entre los moderados y duros. El oportunismo, aportó con su cuota parte. Los apetitos personales, de grupo o intereses creados, acarrearon el divisionismo, hasta sellar su devastación. Muchos quisieron medrar, pocos se pusieron a trabajar por la unidad.
Todos quisieron liderar, a su modo y de acuerdo con su inspiración política, a ese “gigante”, que había nacionalizado las minas y distribuido la tierra a los que trabajaban. Había introducido el voto universal y aplicado la reforma educativa.
En suma: he ahí el destino que corren los partidos políticos…
El destino de los partidos
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