domingo, diciembre 22, 2024
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A Félix Layme, in memoriam

Honor a quien honor merece.
Hace unos días ha pasado al más allá el Dr. Félix Layme Pairumani, aimarista y sabio indígena, a los 72 años de edad. Lo conocí personalmente en febrero de 2016, cuando fue mi profesor de Cultura Aimara en la Universidad Católica Boliviana, institución en donde hizo la mayor parte de su carrera académica y que, para coronar su aporte, le confirió un doctorado honoris causa. Empero, ya había oído hablar de él hacía algún tiempo. Era el prototipo del catedrático universitario antiguo: hablaba largos monólogos sin parar, pero, eso sí, interesantísimos y profundos. Sin embargo, siempre estaba dispuesto a dar la palabra a cualquier estudiante que levantara la mano para preguntar algo.
Era ensimismado y siempre lo veía solitario en los pasillos y aulas de la universidad, pero su plática era amena e incluso jovial. Recuerdo que, de entre todas las que sostuvimos por esos años, tuvimos una charla verdaderamente interesante: hablamos de Giovanni Papini, sobre sus ideas teológicas y literarias. Ese día, agarró el tomo que yo llevaba en manos, lo hojeó y me comentó que en su biblioteca poesía las obras completas del escritor florentino, editadas por Aguilar. Hablamos de las filosofías occidental y andina, del racionalismo cartesiano y la intuición amaútica, del empirismo europeo y el nayrapacha americano. Era un verdadero especialista y erudito en cuanto a la cosmovisión aimara, y en sus clases combinaba las lecciones de lengua aimara con la reflexión de la historia indígena y el pensamiento de los ancestros.
Recuerdo al Dr. Layme con un especial cariño porque en 2017 asistió a la presentación de uno de mis libros y porque es en su asignatura que logré mi mejor record de mi vida universitaria (y por ello me otorgó un diploma especial extracurricular). Pero, sobre todo, porque, en los meses en que preparaba mi defensa de tesis de licenciatura, hizo gestiones para abrirme las puertas de las columnas del periódico La Razón, diario en que publiqué durante algunos meses algunos artículos de opinión. Luego ya solo nos veía esporádicamente y nuestras charlas se hicieron mucho menos frecuentes. Encuentros casuales en los que intercambiábamos solo un apretón de manos.
Siempre recordaré una de sus más valiosas enseñanzas: los cuatro paradigmas aimaras: el pensamiento seminal, la reciprocidad, lo holográfico y lo comunitario. En una de las clases, recuerdo que nos contó algo de su historia de infancia en el altiplano boliviano. Sus correrías por el campo y su posterior ingreso en los campos de la investigación y la academia. Una historia que, como la de todos los seres humanos, contenía llanto y felicidad.
Luego, cuando —a Dios gracias— logré ganar una plaza de profesor en la Universidad Católica Boliviana San Pablo, lo volví a ver, pero ahora en calidad de colega del mismo departamento (Cultura y Arte), en diversas reuniones de docentes. Pero a personas como él no se las puede ver como colegas, sino siempre como maestros.
Lo recordaré no como un profesor más, sino como un mentor, un inspirador. Deja un vacío grande en el mundo académico. Muchos de sus conocimientos en lingüística comparada y filosofía y cosmovisión andinas eran verdaderamente pioneros. Por todo ello, por el recuerdo y el cariño, oro por su descanso y su perdón. Que Dios lo limpie de todo pecado, para que de esa manera su alma tenga el camino del cielo y la vida eterna allanado de todo obstáculo. Amén.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.

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