La bochornosa retirada de los Estados Unidos de Afganistán, similar a aquella de la caída de Saigón, un 30 de abril de 1975, envalentona a todas las potencias que en este momento baten palmas frente a ella, como: Rusia, China, Irán, etc., al igual que a los “circunstanciales adversarios “antimperialistas” como: Cuba, México, Argentina, Venezuela, Perú, Nicaragua, Corea del Norte y Bolivia.
No olvidemos lo ocurrido con el acuerdo firmado entre los EEUU y la Unión Soviética después de la famosa crisis de los misiles, que concluyó con la salida de los cohetes de la Isla, a cambio del compromiso estadounidense de sacar los emplazamientos suyos de Turquía y de no invadir Cuba, en el futuro, por ningún motivo. Este pacto fue acatado por los norteamericanos a pie puntillas hasta hoy, y no por los rusos, que hasta su razón social cambiaron, y se olvidaron del trato.
Algo similar ocurre con el Acuerdo de Doha, Qatar, firmado entre el gobierno de Estados Unidos, presidido por Donald Trump, y los talibanes, el 29 de febrero de 2020, fijando un calendario para la retirada de las tropas de Estados Unidos y sus aliados internacionales en un plazo de 14 meses desde su anuncio, o sea, el 17 de agosto de 2021, término que fue inalterablemente obedecido por Joe Biden, con las espantosas escenas de fuga que nos toca presenciar.
Entretanto, tales reacciones de los gringos, atribuidas a un supuesto puritanismo, más obedecen a ignorancia política que a su sujeción a planteamientos morales, como el ignorar hasta los sabios consejos del insigne florentino Maquiavelo que, en circunstancias similares, aconsejaba al príncipe: “Cuando un príncipe dotado de prudencia ve que su fidelidad en las promesas se convierte en perjuicio suyo y que las ocasiones que le determinaron a hacerlas no existen ya, no puede y aun no debe guardarlas, a no ser que él consienta en perderse”.
Con sólo leer esas sabias exhortaciones, de seguro que el mundo Occidental no estaría pendiendo de un pacto de paz que no fue tal, al menos para los talibanes, que siempre la consideraron una rendición, donde lo único que se acordó fue la retirada estadounidense. Confiar en ellos resulta un absurdo, y cualquier reclamo lo llevarán siempre ante tribunales que se rigen por su interpretación del islam.
Finalmente, la visión, misión, y objetivos de un gobierno talibán, lejos de ejercitar una diplomacia similar a la de los otros pueblos, asistiendo a congresos o conferencias sobre el cambio climático, o fortalecimiento de la democracia, radica en el tráfico de heroína como factor económico esencial de su futuro desempeño basado en el Opio, producto, a su vez, de las inmensas plantaciones de Amapola que extrañamente no fueron erradicadas en 20 años de ocupación.
Esta droga, unida al astuto apoyo de una futura alianza con potencias como Rusia, China, Irán y al vasto imperio narcotraficante de Latinoamérica, podría dar un potencial mucho mayor que el del gas y el petróleo y, quién dice, la nueva potencia mundial capaz de hacer olvidar el rímel, el lápiz de labios, y las medias de nylon a las niñas afganas que nacieron con la ocupación norteamericana, y ahora deban volver a la cárcel de trapo, como epílogo de esta divina tragedia islamita.