En la Prusia del Siglo XVIII se dio un acontecimiento judicial digno de inscribirse en los anales de los modelos de Estado de Derecho, idoneidad gubernamental y limpieza del aparato público en todos los órdenes: un humilde molinero interpuso un pleito al poderoso Federico el Grande, saliendo al cabo ganador el primero. La por demás célebre sentencia se cumplió al punto, pues el monarca prusiano terminó admitiendo que el molinero tenía la razón, que los jueces habían actuado probamente y, en general, que había perdido en una buena lid. Nuevamente, David había vencido a Goliat.
Tenía planeado escribir sobre la Lección Inaugural de Humanismo que impartió hace días el Rector Nacional de la Universidad Católica Boliviana, pero aplazaré ello para la siguiente semana, pues hoy quiero verter algunos comentarios sobre la injusta e inhumana cárcel de la expresidenta Jeanine Añez. Y es que, en cierto punto, los escritores estamos más para denunciar entuertos que para escribir versos y novelas.
Dado que no soy jurista, no quiero meterme en asuntos jurídicos, pero, junto con muchas personas, sé que el presidio de Añez es totalmente ilegal. No solo porque ella tiene derecho de defenderse en libertad, sino también porque a ella le correspondería un juicio de responsabilidades. O sea: todo está torcido y aderezado al gusto del oficialismo. Pero además su encierro es inhumano, y dado que la ética, la moral y el humanismo están por encima de cualquier norma o razón jurídica, creo que es importante hablar de esto.
Sin embargo, me dirán seguramente: «¿Puede hablarse de humanismo y misericordia para salir en defensa de una persona que, según sus acusadores, ejerció la violencia para masacrar?». Yo respondo que sí, pues hasta ahora, en este asunto, no hay nada comprobado que no sean su hipertensión, su depresión emocional y, en general, su salud venida a menos. ¿Dónde está, entonces, la presunción de inocencia? ¿Y dónde las normas de los recintos carcelarios que la protegen para que la presa pueda ver a personas y salir a hacerse revisiones médicas? Están en la basura, como están en el cesto muchos principios democráticos e institucionales desde hace varios lustros.
No miento cuando digo que en estos días me he hecho reiteradas veces la pregunta de si las personas que deciden tan duro encierro tendrán un poco de compasión, o si tendrán corazón… ¿No les tendrán miedo a las vueltas de la vida, a la factura de los actos humanos? Quizás no. Y es que realmente hay que ser indiferente y frío para no sentir compasión por aquella mujer que se va apagando día tras día. ¿No sabrán que el Juez infalible e implacable del cielo es finalmente quien termina haciendo justicia?
Sé que en estos tiempos —análogos en algunos aspectos a los de los dictadores del XX— escribir un artículo molestoso para el Gobierno puede significar persecución o, por lo menos, una inscripción en sus listas negras. Pero no importa. Repito: es deber del escritor denunciar agravios y extravíos. Nunca apoyé al gobierno de Añez, tampoco su candidatura. Es más: los reproché. Su gestión fue mala y hubo varias irregularidades que se debe investigar. Pero mientras esa investigación no se haga en el marco de una justicia proba, todo juicio y toda sentencia serán sospechosos de estar contaminados por los intereses del Gobierno actual.
Vuelvo sobre el asunto del humanismo: ojalá que quienes deciden el presidio de Añez (que, supongo yo, no son ni siquiera del Órgano Judicial) ablanden sus espíritus. Y ojalá algún día, cuando las cosas hayan cambiado en Bolivia, podamos contar a nuestros hijos o nietos algún suceso parecido a ése en que el molinero venció, con la razón y la verdad, a Federico el Grande.
Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.