Continuamos comentando la obra de Mario Vargas Llosa, “La fiesta del chivo”. La primera parte es toda la trama que se desarrolla para acabar con la dictadura de Leónidas Trujillo que gobernó a la República Dominicana durante 31 años, con crueldad y apoderándose del país como si fuera su hacienda. Centenares de propiedades de todo tipo pertenecían a los Trujillo y cualquier disidente que se atreviera a cuestionar las políticas y la forma de apropiarse de todo, simplemente era asesinado y su cadáver arrojado al mar para que sea devorado por los tiburones. Algunos de los inmediatos familiares desempeñaban también funciones diplomáticas en varios países.
La trama para asesinar a Trujillo es orquestada por algunos de los principales colaboradores en el gobierno, los cuales conociendo la ruta diaria que seguían los conductores del dictador, lo esperan en un punto estratégico, le disparan varias veces y verifican que está muerto. Lo insólito del caso es que los conspiradores eran realmente colaboradores cercanos en el gobierno, pero cansados por tantos atropellos, arman la conspiración para acabar con el mismo.
La segunda parte es simplemente impresionante, el presidente «sempiterno», como lo califica nuestro autor, Joaquín Balaguer, ante la evidencia de que Trujillo ha muerto y los parientes de éste se encuentran fuera del país, primero asume el control de las Fuerzas Armadas y la Policía, impartiendo instrucciones claras a los ejecutivos de ambas instituciones para no dar lugar a dudas sobre quién detentaba el poder. Un hombrecillo que se mostraba insignificante va dando señales de quién controla el gobierno, ante la desaparición de Trujillo.
En esta etapa, los asesinos se ocultan en casas de amigos y algunos logran refugiarse en embajadas de otros países.
Claramente, en esta situación dos fuerzas: la Embajada Americana y la Iglesia, apoyan el golpe y la muerte del dictador.
Pero interesa destacar que Vargas Llosa tiene un estilo claro, describe la ciudad, sus diferentes barrios, con precisión, como si él hubiera vivido en esa ciudad por mucho tiempo. Describe a los diferentes grupos sociales y los intereses vinculados al gobierno.
Se describe, asimismo, con mucha claridad el papel de la Embajada de USA, que desea cambiar al régimen, pero cuidando las formas para que no se critique su injerencia. Lo mismo hace al destacar la confrontación entre la dictadura y la iglesia, la cual por intermedio de su obispo libra una batalla a favor de la ciudadanía.
El texto concluye con la fiesta del chivo, dedicada a una niña de 14 años, hija de un alto personaje del gobierno trujillista. Le dicen a ella: ¡Qué suerte tienes, muchachita, Trujillo invitándote en persona a su casa de la Caoba! ¡Que privilegio! Se cuentan con los dedos de la mano las que merecieron algo así. Te lo digo yo, muchacha, créemelo.
Alguien comenta: Por Benita Sepúlveda supe que iba a pasar allí la noche, que dormiría con su Excelencia. ¡Qué gran honor!
Pero lo que sigue muestra la crueldad de los hechos.
Es el encuentro de un anciano de 70 años, que va a desflorar a una niña de 14 años.
El relato es simplemente conmovedor: «Trabajosamente, su Excelencia se incorporó y volvió a sentarse, al filo de la cama. Le sacó el vestido, el sostén rosado que sujetaba sus pechitos a medio salir y el calzoncito triangular. Ella se dejaba hacer, sin ofrecer resistencia, el cuerpo muerto. Cuando Trujilllo deslizaba el calzoncito rosado por sus piernas, advirtió que los dedos de su Excelencia se apuraban, sudorosos, abrasaban la piel donde se posaban. La hizo tenderse. Se incorporó, se quitó la bata, se echó a su lado desnudo. Con cuidado, enredó sus dedos en el ralo cabello de «la fiesta del chivo».
Todo lo anterior ejemplifica lo que significaba la fiesta del chivo.
Un chivo especial (2)
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