Kabul.- Afganistán fue el país que vio nacer Al Qaeda a finales de los años 80, sirvió en dos ocasiones de refugio a su líder, Usama bin Laden, y a fecha de hoy seguiría cobijando a su actual “número uno”, Ayman al Zawahiri (yihadistas).
Ahora, bajo el control de los talibanes, el país podría volver a convertirse de nuevo en un imán que atraiga a yihadistas de todo el mundo al amparo de las nuevas autoridades.
Eso es lo que temen muchos analistas y expertos que recuerdan que, en estos 20 años de guerra contra el terrorismo aunque se ha avanzado mucho y se ha conseguido evitar atentados de la magnitud de los del 11-S, Afganistán no dejó de ser en ningún momento refugio seguro para Al Qaeda y también para otros grupos extremistas, algunos de ellos de carácter regional.
Así se estima que el grupo terrorista tendría actualmente unos 600 hombres en Afganistán, frente a los alrededor de 400 que había antes del 11-S. Aunque la cifra no es grande en un país de más de 38 millones de habitantes, su «relevancia» sí lo es, explicó en “New Yorker” Bruce Hoffman, experto en terrorismo del Council on Foreign Relations (CFR), ya que son «más cosmopolitas y mejor educados», con una mejor formación para el combate, y han sido claves a la hora de apoyar a los talibán en su ofensiva.
Además de milicianos extranjeros de Al Qaeda, en Afganistán también están presentes los conocidos como ‘foreign fighters’ de otros grupos terroristas como Tehrik-e-Taliban (TTP, los talibán paquistaníes) o el Movimiento Islámico de Turkestán Este (ETIM, conformado por separatistas uigures de la región china de Xinjiang), así como yihadistas de países vecinos de Asia Central.
PRESENCIA DE ESTADO ISLÁMICO
Para todos ellos, un Afganistán bajo las riendas de los talibanes y que siga haciendo la vista gorda sobre sus actividades, es una muy buena noticia. No lo es tanto, sin embargo, para la filial de Estado Islámico en el país, con la que los talibán ya han mantenido enfrentamientos en el pasado y a la que en general los afganos ven con bastante reticencia por ahora.
El grupo terrorista restó importancia a la victoria talibán, atribuyéndola en realidad a la retirada estadounidense y ha puesto en tela de juicio su voluntad de implementar hasta las últimas consecuencias la “sharia”, la ley islámica, ahora que van a volver a gobernar. Estado Islámico Jorasán (ISKP, por sus siglas en inglés), contaría con unos 2.500 hombres que, a priori, se convertirán ahora en objetivo de los talibán.
Por lo pronto, con el atentado del pasado este jueves en el aeropuerto de Kabul, que dejó más de un centenar de muertos, entre ellos más de una docena de militares estadounidenses, ISKP ha lanzado un mensaje alto y claro de que están dispuestos a no ponerle fácil la tarea de gobernar el país a los talibán.
«Es preciso tener en cuenta que cuanto mayor caos se genere en Afganistán, más oportunidades tendrá ISKP para convertirse en un actor relevante», advirtieron Carlos Igualada y Javier Yagüe en un artículo del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET). «Dado que la situación actual le sigue siendo desfavorable, buscarán por todos los medios generar desconfianza entre la población hacia el nuevo régimen y dinamizar cualquier posible estabilidad», subrayaron.
La victoria talibán, que ya han celebrado algunas de las franquicias de Al Qaeda en todo el mundo, supone un claro espaldarazo para los de Al Zawahiri, tras importantes reveses en los últimos años, pero también ha generado nuevas esperanzas en las filas de otros grupos yihadistas en todo el mundo.
LLEGADA DE YIHADISTAS
«Milicianos de todo el mundo, ya sean islamistas centrados en cuestiones regionales o yihadistas con el foco global, seguramente intentarán cruzar las porosas fronteras de Afganistán», advirtió Rita Katz, directora de SITE, un grupo que realiza seguimiento de la actividad terrorista mundial, en declaraciones a “New Yorker”.
«Con la retirada estadounidense de Afganistán y el triunfo talibán, el mundo yihadista logra una victoria de propaganda similar a la que experimentó hace más de 30 años» con la derrota soviética que sería fundamental a la postre para la caída de la URSS, coincide Daniel Byman, experto de Brookings Institute, en un artículo en “Foreign Affairs”.
El retorno de los talibán al poder servirá para ganar nuevos adeptos a la causa yihadista, como en su día ocurrió con la proclamación del “califato” en Irak y Siria por parte de Estado Islámico, en un momento en que Estados Unidos y sus aliados no estarán presentes en Afganistán para poder evitar que en el país proliferen campos de entrenamiento y vuelva a ser el santuario que en su día fue.
La Inteligencia estadounidense calculó que entre 10.000 y 20.000 reclutas pasaron por estas bases entre 1996 y 2001, durante el anterior gobierno talibán.
Estos, por su parte, están inmersos en una campaña de propaganda intensiva e intentando ofrecer una imagen de moderación que les diferencie de los talibán de hace dos décadas. En su primera rueda de prensa pocos días después de la toma de Kabul, su portavoz, Zabihulá Muyahid, reiteró el compromiso alcanzado con Estados Unidos en el acuerdo de febrero de 2020 de que no permitirán que el país sirva para preparar atentados o atacar a otros países.
El doble atentado en Kabul, del que tanto Estados Unidos como otros países habían alertado horas antes de que se produjera, ha puesto de manifiesto que los talibán podrían no estar preparados para asumir ahora las tareas de lucha antiterrorista, de ahí el que se tema que puedan producirse nuevos ataques. (Europa Press)
Desconfianza
En general, pocos confían en la palabra de los talibanes, que pese a sus promesas han mantenido en estos meses de forma inquebrantable sus lazos con Al Qaeda, como constató la ONU en un informe en julio pasado. Aunque su compromiso fuera real, subrayan Tanya Mehra y Julie Coleman en un artículo publicado por el International Center for Counter-Terrorism (ICCT) de La Haya, podrían no tener la «capacidad» para evitar que combatientes extranjeros se asienten en Afganistán.
Así, ambas expertas inciden en que no está claro si «los líderes políticos de los talibán tienen control efectivo, y pueden hablar en nombre, de los generales y combatientes en el terreno en todo el país».
Por ejemplo, su “número dos” y jefe negociador en Doha, el mulá Abdul Ghani Baradar, lleva dos décadas fuera del país.
En estas circunstancias, parece haber «una brecha entre la realidad que muestran los talibán a nivel internacional y la interna», subrayan, incidiendo en que habrá que ver cómo evolucionan las eventuales tensiones entre el ala política y el ala militar del grupo.
En todo caso, añadieron Mehra y Coleman, aunque los talibán no apoyen o faciliten el que Afganistán sea usado como santuario terrorista para cometer atentados, el hito que han logrado no ha pasado desapercibido para muchos grupos terroristas a nivel mundial, que ahora les ven como un ejemplo a seguir.
Para grupos con una agenda más local que internacional y de corte más nacionalista en sus objetivos la forma en la que los talibán se han hecho con el control de Afganistán les inspira y les anima a seguir con su agenda por lo que cabe esperar que haya más atentados, advirtieron las expertas.
De la misma opinión se muestran Igualada y Yagüe, que consideran que «puede servir de detonante para que otras organizaciones terroristas islamistas suníes presentes en otros países traten de seguir el mismo ejemplo» dado que cada vez son más los grupos de este tipo que «aspiran únicamente a una agenda local con objetivos finales similares a los talibán». Entre ellos citan por ejemplo a Hayat Tahrir al Sham (HTS), en Siria o a Boko Haram, ahora «debilitado», en Nigeria.