En noviembre de 2020, en su discurso de posesión, el vicepresidente David Choquehuanca enunciaba: “El cóndor levanta vuelo sólo si su ala derecha está en perfecto equilibrio con su ala izquierda”, remarcando la aparente vocación concertadora del nuevo gobierno. Diez meses más tarde, en medio del conflicto por el control de la coca de Yungas, en que el gobierno secunda el afán de la facción afín a las Seis Federaciones de tomar Adepcoca, el dirigente yungueño Armin Lluta replicó a la tesis inaugural vicepresidencial con un lacónico “el cóndor ya perdió un ala”.
Con esa sentencia, reflejo de la percepción extendida de que esta administración falló en reconciliar el país para reincidir en el faccionalismo confrontativo jacobino, los cultivadores de coca originaria se levantarían de la mesa de dialogo que Choquehuanca promovió –en tanto Presidente en Ejercicio– para pacificar uno de los cuatro conflictos que Evo Morales y Luis Arce desataron antes de partir rumbo al foro de Naciones Unidas en Nueva York.
La suspensión del diálogo dejó además en evidencia que el “vice” tiene la intención y la capacidad para conciliar, pero no el poder para asumir decisiones.
Y no es que Choquehuanca ignore que Arce y Evo le cedieron un interinato que en lugar de empoderarlo marcaría su situación de rehén de la política extremista de Lauca Ñ. El vice sabe que no le dejaron margen de maniobra para hacer concesiones a Adepcoca y que lo enviaron a Santa Cruz como carnada, a ser objeto de los insultos del otro extremo de la política boliviana y usarlo de pretexto para despertar el fantasma de la intolerancia oriente-occidente.
Choquehuanca sabe que el país va en picada y con un ala rota; él sabe – y resiente – que cada esfuerzo suyo por encausar su gobierno en la mirada de la complementariedad de opuestos haya sido saboteado por el afán restaurador de esa burguesía de la coca excedentaria, que busca incansable desatar un apocalipsis político, pues ese es el único escenario en que Evo y sus demonios del Libro Rojo pueden ser conjurados de regreso a este plano.
Porque la súbita conflictividad desatada en septiembre no fue el inicio de la “guerra total” que muchos asumimos, sino una crisis doméstica auto inducida en la que Evo sumió al propio gobierno para evitar que se consume el desmarque final de su cada vez más distante consorte.
En prolegómenos de las efemérides de Cochabamba y Santa Cruz, el gobierno daba impresión de haberse radicalizado y decidido a incendiar el país. No otra explicación ofrecía el haber usado el foro de la Expocruz para agudizar la tensión con cívicos, plataformas ciudadanas y Conade por las detenciones para-judiciales de opositores, espetándole a la Santa Cruz del Gran Cabildo la cansina narrativa del “golpe a Evo” durante la mayor ceremonia de sus elites.
No parecía responder a ninguna otra razón haber abierto en días sucesivos frentes de conflicto como el golpe judicial a los alcaldes de Cochabamba y La Paz, el asedio a la Marcha Indígena y la violenta represión a los cocaleros de Yungas, con excesos de la fuerza pública contra corresponsales de prensa internacional que merecieron la censura de la OEA y la ONU.
Choquehuanca sabe que esos conflictos se los generó el gobierno del MAS a sí mismo o, para ser precisos, una facción del gobierno – la que responde a Evo Morales – puso en crisis a la facción moderada, frustrando sus esfuerzos por concertar gobernabilidad con alcaldes opositores.
El secreto mejor guardado en el MAS es que el gobierno es una entidad bicéfala; que Evo tiene cada vez menos predicamento que control del aparato estatal; que Arce es tan decisivo como su par norteamericano Joe Biden y que David Choquehuanca hace rato que zarpó de la utopía cocalera, echó ancla lejos y quemó naves después. El sector evista tiene control del Legislativo y las llaves de Palacio Quemado, pero perdió total predicamento en las organizaciones de base del Pacto de Unidad que asumió la decisión de dejarlo, anegando sus aspiraciones de un retorno electoral.
La ruptura no se dio en el reciente ampliado del trópico, cuando Choquehuanca llamó a la “reconciliación” y Morales a “no perdonar”. Esto se pudrió en 2020 cuando el ampliado del MAS proclamó a Choquehuanca candidato presidencial del MAS y Evo le impuso a su partido a su cajero Luis Arce.
El gobierno del MAS es un matrimonio terminal, en trance de un prolongado y doloroso divorcio. Aunque con el ala herida, Choquehuanca ya alzó vuelo y el caos desatado por Evo es un patético berrinche marital.
David, el cóndor que perdió un ala, pero deja el nido
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