domingo, diciembre 22, 2024
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El país abrumado por problemas

El clima de incertidumbre que se registró durante el gobierno de nueve meses de la gestión de Jeanine Áñez y que determinó el advenimiento de un nuevo sistema político, ofreció la esperanza de que el país retornaría a la tranquilidad, la pacificación de ánimos y, en pocas palabras, que los diversos sectores sociales enguerrillados guarden el hacha de guerra y venga una primavera en la que todos desentierren la pipa de la paz.
Sin embargo, ese sueño dorado en vez de atenuarse ha sido sustituido por otro de mayor incertidumbre y dificultades que dan la impresión de que el país puede caer de la sartén a la brazas y, como en una parrillada, sufrir los efectos del fuego lento, que le produzca quemaduras mayores a las del tercer grado y la posibilidad de que se produzcan daños que no puedan ser curados ni por los médicos, yatiris, kullawayas, curanderos y magos políticos y politiqueros que abundan en nuestro medio y dicen tener medicinas y bálsamos milagrosos de la más alta eficacia e inclusive que hacen resucitar a los muertos.
Pero tan pastorales sueños de retorno a la paz social, parece que hubiesen sido arrojados a lo más profundo de los fuegos del infierno, aunque se dice que ese recinto satánico no es de fuego sino de hielo, porque el frío quema más que las brasas ardientes.
Efectivamente, el país está más conmovido que nunca y se ha reiniciado un ambiente de conmoción civil que sería una especie de reanudación de la abortada insurrección de noviembre de 2019 y que “se fue al diablo” por falta de dirección, programa y hasta las más elementales previsiones. Condiciones que parece quieren repetirse, precisamente cuando las altas autoridades de la jerarquía burocracia gobernante denuncian cada día que “viene un golpe”, como en la fábula donde se anuncia que viene el lobo.
Primero, se tiene las batallas campales entre cocaleros de yungas, combates entre hermanos indígenas que queman locales y vehículos policiales y tienen aterrorizada a la población paceña. Enseguida, se tiene la situación candente de Cochabamba, cuya población se ha levantado en masa para defender al alcalde que eligió. A ese panorama incendiario se agrega la inquietud del pueblo cruceño, por el pésimo tacto con que son enfrentados los problemas por parte del gobierno de La Paz y que han llegado al rojo vivo, ante la amenaza tenebrosa de un movimiento “separatista” o algo parecido, que debió quebrar la paz celestial en que vive del Ministro de Gobierno.
Por otro lado, se observa el poco sentido político del ciudadano Evo Morales, una especie de dictador tras el trono, que hace declaraciones irritantes y se le calumnia de que quiere volver a la presidencia; que el primer mandatario, después de haber despilfarrado más de 50 mil millones de dólares durante su pasantía por el Ministerio de Economía en el tiempo de las vacas flacas, ahora viaja a Naciones Unidas a pedir auxilio financiero y rogar que la deuda externa boliviana sea anulada. Todo ese panorama ha hecho que Evo Morales pierda la popularidad de la que gozaba en sus tiempos de oro.
En suma, el país está en estado de ebullición y todos echan leñan al fuego para una crisis que, ¡Dios nos salve!, esperamos no llegue a mayores niveles.

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