Desde siempre, los medios de comunicación (prensa, televisión, radio y otros) se han referido a la necesidad de hacer realidad los anhelos y pedidos de los gobiernos: paz, armonía, concordia y coincidencia entre todos para encarar los diversos problemas del país. Pero han sido pedidos –o simples deseos– que nunca han sido realizados por decisión de los mismos proponentes, es decir, los diversos regímenes que dejaron ahí, en el canasto de las buenas intenciones, sus anhelos que, para el pueblo, han resultado burdos engaños o pedidos sin ningún fundamento y menos intenciones de cumplimiento.
En el sentir de la colectividad, ninguno de los propósitos anunciados tiene razón de ser, debido a la carencia de sinceridad y, sobre todo, del propósito de cumplir. A esas conductas renuentes a cumplir lo que la sociedad nacional pide, las respuestas han sido negativas y tachonadas con huelgas, manifestaciones, exigencias sin razón y posiciones retrógradas que, lógicamente, resultaron inaceptables, tanto para las autoridades como para la misma comunidad nacional.
Vivimos en medio de serias dificultades por los ataques imparables del coronavirus, que parece haber retornado a muchos países con mucha contundencia, debido al incumplimiento de las medidas preventivas y, por otro lado, problemas económicos que se agravan por la pobreza; otras angustias que no permiten ver indiferentes lo que pueda sobrevenir y, si a todo ello se añaden los problemas políticos que aíslan o disminuyen las libertades, a más de confrontarse situaciones con quienes viven presos por acusaciones de carácter político, las desconfianzas y resquemores de la colectividad no cejan de sentirse. Seguramente que el gobierno, percatado de lo que ocurre, tiene que estar preocupado por encarar los hechos con efectividad, pero sin agravar las angustias de la colectividad que requiere retomar una vida de tranquilidad y armonía.
En el sentir de la sociedad, las autoridades gubernamentales deberían ser las que tomen la iniciativa de crear condiciones de unidad, paz y armonía en la población para que, conjuntamente el mismo régimen — serena, honesta y responsablemente– puedan encontrar las vías conciliatorias ante una situación de intranquilidad que no puede seguir si no se quieren repetir errores del pasado, que tanto daño han causado. Tendría que ser, pues, el propio Presidente que llame a la cordura y la serenidad a miembros de su equipo, a los políticos que trabajan con él, a los componentes de la oposición y a personas que tienen que ver con la institucionalidad que, de una u otra forma, debe ser repuesta en todo el país.
Sin unidad y concordia, es difícil encarar problemas
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