Cuando los medios de comunicación y médicos confirmaron la presencia del Covid-19 en Bolivia (marzo, 2020); autoridades del Ministerio de Educación dispusieron la suspensión de las actividades educativas y la posterior clausura del año académico, con aprobación automática de los estudiantes del subsistema de educación regular. Posteriormente, en febrero de 2021 inauguraron el año escolar, asumiendo tres modalidades de enseñanza-aprendizaje: a distancia virtual, semipresencial y presencial.
Empezó a funcionar el sistema educativo con clases virtuales, usando tanto maestros y estudiantes las nuevas Tecnologías de Información y Comunicación (TICs) mediante: computadora, tablet, celulares inteligentes; generando procesos de enseñanza y aprendizaje virtual. Trabajo para el que no fueron preparados previamente. Entonces, la pandemia puso al descubierto que muchos de los miembros de la comunidad educativa tuvieron dificultades en la adquisición y manejo de los dispositivos informáticos.
Esta situación obligó a que los maestros de aula y materias técnicas buscarán cursos de cualificación o capacitación en el manejo de las herramientas virtuales, invirtiendo recursos económicos para aprender y familiarizarse con las plataformas mediáticas. Porque en el magisterio hay una generación de maestros formados en el sistema educativo presencial, que impide brindar clases virtuales Ellos siguen anclados en esquemas mentales del “dictado”.
Preocupaciones y exigencias de las comunidades educativas condujeron al incremento considerable del trabajo pedagógico de los maestros. Ellos y ellas se vieron obligados a pasar clases virtuales para evitar contagios con Covid-19 en la escuela. Teniendo que preparar contenidos de aprendizaje virtual, elaborar materiales para cada sesión académica, enviar pruebas examen a sus alumnos, evaluar y revisar tareas recabadas mediante captura fotográfica del celular, controlar la asistencia, llamar al estudiante ausente, etc.
Esta emergencia sanitaria que vive la humanidad en todo el mundo multiplicó, sin duda, el trabajo pedagógico de los maestros, quienes ahora ocupan su tiempo en la preparación, revisión, evaluación e informes de las actividades académicas virtuales. Tal situación genera, en consecuencia, estrés laboral, no solo en los maestros, sino también en los estudiantes que no estaban acostumbrados a este tipo de aprendizajes. Por eso en las provincias optaron por clases presenciales.
“La labor docente fue una de las más afectadas por la pandemia. El proceso de adaptación resultó en una tarea agotadora que derivó en estrés laboral, el cual afectó gravemente la salud física y mental de los profesores, incidiendo en la calidad de vida” [1]. “Ya no puedo dormir ni comer bien, todos los días estoy con la computadora preparando clases virtuales”, decía un amigo docente.
Además, los padres de familia tuvieron que invertir dinero para la adquisición de computadoras, celulares, megas, instalación de Internet, etc. Ello origina la exclamación generalizada de que la educación ahora no es gratuita, la educación es inversión económica que está generando desigualdades sociales. Se requiere recursos económicos para mantener las clases y promocionar a los estudiantes.
En esta marea de estrés laboral, acceso y uso de las TICs, entre los maestros, padres de familia y estudiantes están surgiendo preocupaciones nuevas respecto a: ¿Existe aprendizaje significativo de los estudiantes con el uso de herramientas virtuales? ¿La educación virtual mejoró la calidad de los procesos de aprendizaje?, etc. Son problemas de fondo, que las autoridades del Ministerio de Educación deben evaluar técnicamente y establecer mecanismos de solución para mejorar la calidad educativa virtual, semipresencial y presencial, sin cargar, por supuesto, la multiplicidad de trabajos administrativos e informes a los maestros.