En la historia de las naciones han surgido muchas organizaciones partidistas, conformadas por personas que han creído que fundar un partido político es asegurarse poder, riqueza y bienes de toda naturaleza que estén al servicio de sus componentes. Pocos han sido los grupos que han tenido conciencia de lo que hacían y han sobrevivido como grandes organizaciones partidarias porque, para empezar, sus fundadores han tomado conciencia de que lo creado como partido político tiene la finalidad de servir con amor al país, y combatir los males que aquejan a la sociedad en que se vive. Han tenido en cuenta que la corrupción corroe a los pueblos y, en grado extremo, a las corrientes partidistas y que, por todo ello, es urgente que todo partido tenga conciencia de país, vocación de servicio y sentido de Patria. Que tenga como premisa las condiciones de amor y servicio con mucha honestidad y responsabilidad, que sus fundamentos programáticos se cumplan porque han sido conformados sobre la base de virtudes que ellos, como correctivos de otras corrientes, las hagan principios y valores por el bien común, que es el pueblo. Han tomado conciencia de que el ejercicio de la política partidista debe ser una especie de juramento para servir al país y no servirse de él.
Dadas las experiencias por las que pasó el pueblo, por lo menos en los últimos 50 años, la conclusión es que “el partido es instrumento para el ejercicio del poder en provecho de la organización, ya que el país resulta ser el mejor instrumento para ello”. Esta ha sido realidad que ha herido profundamente al pueblo porque ha causado decepciones y rechazos que determinaron pérdida de fe y confianza y la creencia, cuando resulta ser gobierno, que no se puede confiar en él.
Hoy, y como complemento de los últimos 15 años, el país sigue viviendo las promesas y juramentos de un partido que ha perdido mucho de la fe y confianza, especialmente por la conducta ejercida por quien fue su caudillo y aprovechó el patrimonio nacional conjuntamente sus allegados, a más de haber violado todo principio o norma de servicio y amor a la nación.
Cuando asumió el poder, el presidente Luis Arce se comprometió a servir y amar al país, evitando la repetición de todos los yerros pasados. El pueblo, siempre consciente y hasta inocente, ha creído esas expresiones y espera que sea cumplido lo dicho, que no haya repetición de lo mal hecho, que se corrija lo que sea posible y que haya seriedad, honestidad y responsabilidad para conducir el país, teniendo a la verdad como lábaro que guíe los actos del régimen.
Finalmente, es necesario tener en cuenta que el pueblo, cuando se convence de valores y principios que cumplan los gobernantes, actúa bajo los mismos principios. Este hecho implica, por sí mismo, que la comunidad nacional cumplirá con la parte de responsabilidad que le corresponda, porque el ejemplo que reciba de los gobernantes puede ser decisivo para imitar conductas y acciones tendientes a un actuar acorde con los intereses nacionales, especialmente si son efectivas las luchas contra la corrupción, el contrabando, la ineficiencia funcionaria, la egolatría, el nepotismo y, especialmente, se evite la disponibilidad discrecional de los bienes del país.
La política partidista debe estar al servicio del país
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