¿Es bueno que los alimentos suban de precio? Sí y no. Es bueno para los productores y los países exportadores de alimentos, ya que eso incrementa sus ingresos, pero es mala para los consumidores y quienes los importan.
En estos tiempos se escucha hablar mucho de “seguridad alimentaria”, pero ¿qué implica tal concepto? En facilito: tener una adecuada oferta de alimentos y con un precio accesible para el consumidor, lo que se puede lograr no solo con producción nacional sino importándolos cuando la oferta interna no alcanza, v.gr., este es el caso del trigo para hacer nuestro pan de cada día: gastamos casi 150 millones de dólares/año para comprar este cereal o la harina de trigo extranjera.
Un caso opuesto es la soya boliviana –que nos da aceite y proteína vegetal que luego se transforma en la proteína animal que comemos en forma de carne de pollo, res, cerdo o pescado; huevo, leche, mantequilla, queso y otros, además que alimentamos a millones en el mundo con los excedentes generados; así, con la soya no solo tenemos seguridad, sino “soberanía alimentaria”, al ser más que autosuficientes gracias a los agroproductores del oriente boliviano.
Esto hace que a la hora de hacer un balance del comercio exterior en el sector de alimentos Bolivia sea un “país exportador nato” y ampliamente superavitario. Si exportamos es porque hacemos bien las cosas: producimos por encima de nuestras necesidades sobre la base de una actividad privada a escala, con orientación comercial y competitiva, para ganar mercados externos, enfrentando a monstruos como EEUU o Mercosur, incluso en sectores donde ellos utilizan ampliamente la agrobiotecnología… ¡cuánto más ganaría Bolivia si el agro aumentara su productividad y competitividad, al permitírsele el buen uso de ella!
El 23 de septiembre de 2021 se llevó a cabo en Nueva York la Cumbre de las Naciones Unidas sobre Sistemas Alimentarios –con la pobreza, el hambre, la desigualdad y la preservación del medio ambiente, como enfoque principal– estableciéndose cinco “Vías de Acción”, condolidos ante los 811 millones de personas que actualmente sufren hambre en el planeta, situación que ha empeorado por la pandemia del COVID-19 (“Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios – ´De Nueva York a Roma´, la FAO asume el liderazgo en la aplicación de los resultados de la Cumbre”, www.fao.org, 23.09.2021).
El problema es la enorme necesidad de recursos –hasta 50.000 millones de dólares/año, según la FAO– para intentar abatir el hambre y cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible al 2030, a lo cual podrán contribuir ciertamente la ciencia y tecnología, la agricultura digital, la disminución del desperdicio y pérdida de alimentos, y programas de protección social.
Ante tan penosa situación, la agricultura familiar o tradicional ya no se ve como la gran solución y tampoco la producción orgánica; de hecho, Urs Niggli, científico de categoría mundial y ex Director del Instituto de Investigación de Agricultura Orgánica, en la fase preparatoria de la Cumbre declaró que: “La agricultura orgánica por sí sola difícilmente puede alimentar a la creciente población mundial por una simple razón: los rendimientos de los agricultores orgánicos son en promedio entre un 20 y un 25% más bajos que los de sus colegas convencionales” (Agroavances.com, 28.09.2021).
Así que, dada la urgente necesidad de combatir el hambre, la biotecnología jugará un papel determinante para tener alimentos seguros y accesibles para la población, y Bolivia no debería desperdiciar la posibilidad de convertirse en un granero en Sudamérica y en un gran país agroexportador de alimentos con valor agregado, como la carne bovina… ¡lo podemos y lo debemos hacer!
Si la exportación de alimentos hasta agosto pasado aportó casi 1.400 millones de dólares al país por más 2 millones de toneladas vendidas… ¿es bueno exportar en vez de importar, ¿verdad?
Bolivia puede ser parte de la solución, para evitar una futura crisis alimentaria en el mundo: con biotecnología ¡lo debemos y vamos a hacer!
El autor es Economista y Magíster en Comercio Internacional.