“Hemos de invertir más en docencia y menos en armas, para poder impulsar la cultura del abrazo en la mente humana”.
La indecencia se ha adueñado de las sociedades, pide un cambio en el espíritu docente. Ahí está la clave. La docencia configura las sociedades. Tampoco se puede adoctrinar. Hoy más que nunca se requiere de una formación centrada en nuestros interiores, en conocernos y en reconocernos, en saber interrogarnos para poder discernir la orientación que hemos de tomar. Necesitamos de un nuevo ardor cerebral, que no radica en los conocimientos absorbidos, sino en la formación de esa búsqueda auténtica para poder reconstruir una nueva era de concordia, familiaridad y paciencia con el análogo. Para ello, hay que indagar de otro modo y manera, ser más corazón que coraza, utilizar otros lenguajes menos violentos y más libres, si en verdad queremos poner fin a esta sensación enfermiza de desconfianza y división.
Desde luego, no podemos continuar enfrentados, marcados por los conflictos, hundidos por la pobreza de un mundo desigual e injusto a más no poder. Son situaciones verdaderamente indignantes que tenemos que ahuyentar de la faz de la tierra. Los docentes, verdaderamente formados como tales y vocacionales, son los que tienen la llave del salto. De ahí la necesidad de educadores que sepan unir la ilusión y la razón, activar el pensamiento de los juicios naturales con la apertura a los sublimes horizontes, remover conciencias en un orbe de tantos problemas que nos inquietan, para llegar a ser más alma que cuerpo. Este es el mérito de esas gentes, con aptitud de despertar en sus discentes otras sabidurías más solidarias y humanas, entregadas en templar actitudes más que en injertar conocimientos, para poder abarcar el sueño del entendimiento, que el planeta por naturaleza anhela.
Indudablemente, no hay mejor sociedad que aquella en la que se interesan los unos por los otros. Pensemos que es mucho más lo que nos ensambla que lo que nos distancia. Nada se consigue encerrado en nosotros mismos, hemos de abrirnos a esa sabiduría innata que imprime la cátedra viviente, compartiendo opiniones, cooperando en la unidad que todos demandamos, entrando así en una relación de familia, que es lo que en realidad nos da empuje y sanación. Por eso, hemos de invertir más en docencia y menos en armas, para poder impulsar la cultura del abrazo en la mente humana. Esta es la gran asignatura pendiente. Falta creatividad y compromiso en buena parte de la población. Urge, precisamente, esa motivación que nos permita vencer este sentimiento de inutilidades, que lo único que nos hacen es amargarnos nuestra propia historia.
Detesto, por consiguiente, esas sociedades controladas por insensatos con objetivos ilógicos. Solo hay que ver ese mundo privilegiado de algunos cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados. Tenemos que dejar de establecernos sobre bases falsas. Sin duda, hemos de recuperar otros aprendizajes más reconstituyentes, con la indagación racional de lo armónico y el sentido colectivo que nos hermana como linaje. Por cierto, es una lástima que sólo el 34% de los refugiados asiste a la escuela secundaria, el resto podría nunca llegar a ese nivel de educación. Con estos datos es imposible avanzar; puesto que la tarea del docente es cultivar los desiertos, no desgajar salvajes.
La realidad habla por sí misma. Cada día más personas se quedan atrás, ante nuestra indiferencia, y esto nos vuelve inhumanos, pues el mayor gesto de paz es poder nutrirnos todos de la sapiencia serena que da el participar. Bravo por esos maestros entregados a la causa educativa. Ahora es el instante de reconocerles su papel social. El porvenir está en manos de ese instructor que, para dar lecciones de virtud, ejemplariza sus acciones, tocando los sentimientos del discente. No quebrantemos la confianza. Y, en todo caso, si nos inunda la huella de la incapacidad, miremos más allá de las tristes evidencias vividas, que el tiempo cura las heridas, nos mantiene y nos hará progresar con los gérmenes virtuosos del amor. Son esas potencialidades entrañables las que suelen fraternizarnos. Jamás lo olvidemos, tras levantar los ojos a la vida y dejarnos sorprender por sus naturales lenguajes.
Víctor Corcoba Herrero es escritor.
corcoba@telefonica.net