La idea del presidente Luis Arce de llevar al país hacia el socialismo tuvo esta semana un frenazo en seco.
Asustado por las protestas contra la ley que fue diseñada para anular el derecho a la propiedad privada, decidió anunciar que, con todo disimulo, pero de inmediato, retirará del parlamento el proyecto de esa ley.
El anuncio fue hecho de manera solapada a los dirigentes de los gremialistas, es decir a quienes representan a 75% de las empresas que existen en el país y que mantienen la economía, aunque sean informales.
Si tuviera capacidad de relacionar dos cosas, el presidente tendría que admitir ahora que su idea de seguir hablando del socialismo para Bolivia está equivocada.
O directamente admitir que se equivocó de país cuando hizo esa propuesta. Porque no se puede ni soñar con que, por ejemplo, los bolivianos acepten que el Estado sea propietario de todo, como ocurre en Cuba.
Millones de comerciantes minoristas, de medianas y pequeñas empresas, de cooperativistas, sindicalistas, incluso cocaleros, se pondrían en frente, como ha quedado claro en estos días.
No ha sido una protesta contra un fraude o contra el desconocimiento de un referéndum, como fue la de 2019, fue una protesta contra una ley ladina que iba a abrir el camino para que el Estado de apropie de todo en el país.
La ley tenía la intención solapada de usar como pretexto la lucha contra el narcotráfico y sus ganancias, el contrabando y la corrupción, pero apuntaba a poner en las manos del gobierno los instrumentos para negar el derecho a la propiedad privada.
Así, mientras confiscaba propiedades de los opositores o de los críticos del gobierno, el plan de preparar el camino para llegar al socialismo estaba bien aceitado.
Lo curioso es que el presidente Arce se atreva a hablar de llevar al país hacia el socialismo ahora, cuando los espectáculos que ofrecen Cuba y Venezuela son espeluznantes exhibiciones sobre lo que ocurre con el “socialismo” del Siglo XXI.
No podía haber elegido un peor momento para hacer semejante propuesta al país, donde en miles de esquinas se observa a los pobres exiliados venezolanos pidiendo limosna.
Es un caso extremo de desorientación política. No puede ser tan desorejado como para hablar, ahora, en Sudamérica, del socialismo como meta.
La pequeña escaramuza que acaba de producirse, que obligó al gobierno de retirar del parlamento el proyecto de la aludida ley muestra que es mejor ni siquiera hablar de socialismo a los bolivianos. Totalmente descartado.
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