domingo, diciembre 22, 2024
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El arte en la indiferencia y la envidia

Las noticias políticas y la crónica roja que se ve todos los días en la televisión, se las escucha en la radio y, lo peor de todo, se lee en los periódicos, erosionan la ya de por sí infecunda tierra del medio nacional boliviano para las letras, la cultura y la ciencia. Es por ello que los grandes hombres de letras, cultura y ciencia bolivianos como Gabriel René-Moreno, Agustín Aspiazu, Emeterio Villamil de Rada, Ricardo Jaimes Freyre y Franz Tamayo, entre otros, erigieron el edificio de su intelecto y su producción creativa en un medio no solamente indiferente, sino acaso hostil. Los buenos intelectuales de hoy trabajan en circunstancias más o menos parecidas. Las peleas políticas, referidas hace ya exactamente un siglo por Alcides Arguedas con un tono amargo de chismografía, siguen minando el terreno para que los intelectuales desarrollen hoy su trabajo con plenitud.
Las ferias del libro que se llevan a cabo en las principales ciudades de Bolivia, por ejemplo, son de las pocas oportunidades en que los creadores e intelectuales tienen oportunidad para difundir sus trabajos o, al menos, para sentirse protagonistas en la agenda mediática y pública, aunque incluso en ese tiempo la política sigue copando los titulares de los periódicos y noticiarios…
Pero aparte de la indiferencia y la mediocridad ambiente que rodean al artista y al creador, hay además un veneno que, si bien es propio de todos los medios culturales y artísticos del mundo en todo tiempo, aquí, en Latinoamérica, y particularmente en Bolivia, se derrama por todas partes y es más es letal: la envidia. En los últimos años, me he dado cuenta de que la envidia campea a sus anchas en los mismos intelectuales, escritores y creadores. O sea, justamente en aquellas personas que debieran demostrar mayores valores éticos y morales. Es decir, hay muchos pensadores y escritores de talento, pero no todos son nobles, éticos y humanos. Tristemente, el talento nunca estuvo reñido con la miseria espiritual o la carencia de valores éticos. Un ejemplo: en vez de ver las virtudes o excelencias de una novela o un artículo periodístico, se ve con lupa el mínimo error para desacreditar con no poca maldad. Entonces, el círculo cultural boliviano se vuelve tan siniestro como el de la clase política (en el cual estuve también por algún tiempo), ¡o incluso más! Y así, un escritor se la pasa intimidando, acosando o mofándose de otro, o cierto periodista se la pasa desacreditando la obra creativa de tal o cual filósofo… La modernidad trajo mecanismos para que las miserias humanas sean más evidentes; si antes los escritores se peleaban solo por el papel impreso, ahora las redes sociales desnudan la calidad humana de muchos escritores, académicos y periodistas, quienes pugnan con diatribas tan vulgares como las que emplearía un huérfano de lecturas y carente de formación humana.
Hace poco, en septiembre, asistí a una obra teatral titulada Prohibido suicidarse en Alasitas, producida por un jovencísimo y talentoso director llamado Sebastián Ortuño. A sus cortos veinte años, ya fundó una productora y compañía teatral llamada Tree y puso en escena la mencionada obra, llenando el auditorio Illimani del campo ferial Chuquiago Marka en su estreno. Luego de la representación, pude conversar con él y me comentó sobre los obstáculos que tuvo que sortear antes de llegar a aquel éxito: la indiferencia de las autoridades públicas para con la cultura y, a la par de eso, la envidia de los colegas del mundo cultural. Pero comprobé una vez más que ante el talento de un joven artista como él no se puede oponer ninguna traba. Como decía Goethe: «¡Las abruptas montañas, con todos sus despeñaderos, no atajarán mi carrera, semejante a la de los dioses!». Le comenté que sabía bien de lo que me hablaba, pero que, aun así —o más bien por eso mismo—, debía seguir adelante. Me dijo que ya está trabajando en la representación de otra obra.
Estos problemas de las odiseas que escritores y artistas tienen que atravesar para dar a la luz sus trabajos, por un lado, y de las envidias que hay en los círculos culturales bolivianos, por otro, son dignos casos de estudio. Los primeros se resolverían con políticos más ilustrados y visionarios. Los segundos, en cambio, con una educación cristiana.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.

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