Por: Equipo editor
Generalidades
Vivimos en un medio altamente contaminado por agentes infecciosos (virus, bacterias, hongos, protozoos, parásitos o sustancias tóxicas producidas por ellos) que provocan enfermedades que, en algunos casos, pueden llegar a la muerte. La mayoría de las enfermedades son de corta duración que en ocasiones dejan secuelas, esto se debe a que poseemos una serie de mecanismos de defensa llamada inmunidad y protegen nuestro organismo al hacer distinción entre lo propio y lo extraño.
El desarrollo de la respuesta inmune se ve afectado por numerosos procesos que dependen de nuestro organismo (factores intrínsecos) y de agentes patógenos (factor extrínseco).
Actualmente, se clasifican en dos grandes grupos a las personas que tienen un daño a nivel del sistema inmunitario:
- Los inmunodeficientes, donde el sistema inmunitario no cumple con las funciones de defensa, es así que las personas inmunodeficientes son presa fácil de infecciones. Por ejemplo: personas ancianas y niños recién nacidos.
- Los inmunocomprometidos, donde existe deficiencia del sistema inmunitario (personas con VIH – SIDA, personas enfermas de cáncer). Por otra parte, una excesiva actividad del sistema inmunitario puede ser la causa de la enfermedad, llegando en algunos casos a perder su capacidad normal de diferenciar lo propio de lo extraño atacando las células y tejidos de nuestro propio organismo como se presenta en la artritis reumatoide.
Sistema inmunológico
La palabra inmunidad proviene de un término romano que significa “estar libre” y se refiere a la resistencia que tiene o adquiere un organismo para enfrentar enfermedades y quedar libre de ellas.
Barreras biológicas del sistema inmune
Son un conjunto de mecanismos que permiten a los seres humanos reconocer agentes extraños a su organismo, de esta manera se los eliminan o neutralizan.
Las barreras de defensa en el organismo humano son:
Barrera primaria, la primera barrera de defensa que tiene nuestro cuerpo es la piel, que actúa como una barrera física impidiendo el ingreso de los microorganismos. La presencia de mucosa en las cavidades oral y nasal inmovilizan a los microorganismos impidiendo su ingreso.
Las glándulas sudoríparas impiden el ingreso de microorganismos por medio de su pH ácido, las lágrimas poseen una sustancia bactericida y la flora bacteriana que tiene cada individuo impide que los microorganismos se instalen en el mismo.
Dentro de las barreras secundarias de defensa del organismo se encuentra la fagocitosis, ésta aparece ante la presencia de una infección con la finalidad de destruir al microorganismo patógeno. Las células encargadas de la fagocitosis son los glóbulos blancos en especial los neutrófilos.
En las barreras terciarías se encuentran la presencia de los linfocitos T que detectan, de manera específica, al antígeno que ingresa a nuestro organismo.
Antígenos. Son moléculas capaces de provocar una respuesta inmunitaria (toda sustancia que no pertenezca a nuestro organismo es reconocida como antígeno).
Linfocito T. Son células encargadas de la defensa específica del sistema inmune y son fundamentales en la lucha contra las sustancias invasoras dañinas, es decir, actúan de manera directa sobre el patógeno y lo destruyen.
Anticuerpos. Son sustancias que se forman como respuesta ante la presencia de un antígeno, su producción está a cargo del sistema inmunológico que se encuentra formado por los ganglios linfáticos y el bazo.
Memoria inmunológica. Se debe a que anteriormente ya existió un contacto entre el antígeno y anticuerpo.
Morfología y función de las células que actúan en defensa del organismo del ser
Macrófagos
Son glóbulos blancos grandes que ingieren antígenos (cualquier sustancia que puede estimular una respuesta inmune), el citoplasma de los macrófagos contiene gránulos o paquetes envueltos por una membrana, el cual está formado por varias sustancias químicas y enzimas, las mismas permiten que el macrófago digiera el microorganismo patógeno que ha ingerido y por lo general lo destruya.
Los macrófagos no se encuentran en su totalidad en la sangre; en realidad, se localizan en zonas estratégicas, donde los órganos del cuerpo se contactan con el flujo sanguíneo o el mundo exterior. Por ejemplo: los macrófagos se hallan en los pulmones donde reciben aire del exterior.
Neutrófilos
Su tamaño y función son similares a la de los macrófagos. Los neutrófilos a diferencia de los macrófagos se encuentran en la sangre y necesitan de un estímulo específico que les indique que deben de abandonar el torrente sanguíneo e ingresar a un tejido.
Los macrófagos y los neutrófilos suelen trabajar juntos. Los macrófagos inician una respuesta inmune y envían señales para movilizar a los neutrófilos, con el fi n de que se unan a ellos. Los neutrófilos al digerir microorganismo patógeno forman material purulento llamado pus.
Linfocitos
Son considerados como las células principales del sistema linfático, en tamaño son más pequeñas que los macrófagos y los neutrófilos. Tanto macrófagos como neutrófilos tienen un rango de vida entre 7 – 10 días, los linfocitos pueden llegar a vivir hasta décadas, actualmente, los linfocitos se dividen en tres categorías principales.
- Los linfocitos B, derivan de una célula (célula madre o precursora) de la médula ósea y maduran hasta convertirse en células plasmáticas que secretan anticuerpos.
- Los linfocitos T, se forman cuando las células madres o precursoras migran de la médula ósea hacia el timo, una glándula donde se dividen y maduran, estos aprenden a diferenciar lo propio y lo extraño. Los linfocitos T maduros abandonan el timo y entran en el sistema linfático, donde funcionan como parte del sistema inmunitario de vigilancia.
- Las células asesinas naturales (NK) son ligeramente más grandes que los linfocitos T y B, reciben ese nombre porque matan ciertos microbios y células cancerosas. El adjetivo “natural” indica que, en cuanto se forman, están preparadas para matar diversos tipos de células, en lugar de requerir la maduración y el proceso educativo que sí necesitan los linfocitos B y T. Las células asesinas naturales también producen algunas citoquinas, sustancias mensajeras que regulan ciertas funciones de los linfocitos T, los linfocitos B y los macrófagos.
Fisiología del sistema inmunológico
Las células del sistema inmunológico son los glóbulos blancos o leucocitos, estos se producen en la médula ósea. Circulan por todo el cuerpo, se concentran preferentemente, en los órganos linfoides, como el bazo, el timo, los ganglios linfáticos y las amígdalas.
Los leucocitos pueden detectar a todos los agentes extraños al organismo, porque reconocen pequeñas moléculas de su superficie denominados antígenos.
Cuando esto ocurre, los leucocitos se multiplican rápidamente y producen unas proteínas especiales, denominadas anticuerpos, capaces de destruir a los agentes extraños. Los anticuerpos pueden llegar a todo el cuerpo.
Los leucocitos que producen anticuerpos se denominan linfocitos. Cada anticuerpo se une, específicamente, a un antígeno. Por tanto, poseemos millones de anticuerpos diferentes.
Otros leucocitos, como los neutrófilos, están especializados en rodear a los microorganismos e introducirlos en su citoplasma, donde los digieren; a este proceso se lo denomina fagocitosis. Así se destruyen numerosas bacterias, especialmente, cuando ya han sido identificadas por los anticuerpos. También pueden destruir o inactivar sustancias tóxicas y células cancerosas.
Sin embargo, el sistema inmunológico en su afán de destruir todo lo extraño al organismo recibe respuestas separadas, como el rechazo de órganos trasplantados. En muchos casos, puede evitarse con tratamientos adecuados.
Respuestas inmunológicas
El sistema inmunológico tiene como respuesta inmunológica dos formas: la inmunidad natural con la que ya nace cada individuo y la inmunidad adquirida es aquella que vamos desarrollando a lo largo de nuestra vida (al adquirir una enfermedad). La inmunidad artificial es la que recibimos por medio de la administración de vacunas.
Muchos de los virus o bacterias que nos invaden son detectados y destruidos por el sistema inmunológico rápidamente y no llegan a producir una verdadera infección.
Cuando se produce una infección importante, como la gripe, a veces los leucocitos no pueden destruir a los virus tan rápidamente como para que no empiecen a producir daños a otras células. Así empiezan los primeros síntomas de la gripe: tos, dolor de garganta y fiebre. Pero mientras esto ocurre, los linfocitos ya han reconocido a los antígenos de los virus y se multiplican para producir más linfocitos, que empiezan a producir anticuerpos que destruyen al virus. Este proceso suele durar alrededor de una semana.
Si se vuelve a producir un ataque por el mismo virus, el sistema inmune ya está preparado para producir una respuesta adecuada y rápida, de manera que la enfermedad no llega a manifestarse. En este caso, se dice que el organismo está inmune a ese virus. Esto es lo que ocurre con muchas de las infecciones de la infancia, como el sarampión o las paperas, que solo se suelen padecer una vez.
Inmunización artificial
Las enfermedades, como la poliomielitis, viruela, la difteria que, aunque solo se padezcan una vez, pueden ocasionar la muerte o dejan secuelas graves. Por eso existe la manera de prevenirlas mediante la administración de vacunas.
La vacunación consiste en introducir al organismos por vía oral, subcutánea o intramuscular, antígenos (bacterias, virus que pueden estar muertos o inactivados), que no producen la enfermedad. Estos antígenos serán reconocidos por los linfocitos que producen anticuerpos (defensas) como si los microorganismos estuvieran vivos. El sistema inmune puede demorar unas semanas en responder después de la administración de una vacuna.
De esta forma, se obtiene una inmunidad específica y duradera, que protegerá al individuo de futuras infecciones por el mismo agente.
Existen las vacunas conocidas como vivas o atenuadas, que son las que usan una forma debilitada del germen. Este tipo de vacuna se usa para prevenir la fiebre amarilla, paperas, entre otras. El otro tipo de vacuna es la muerta o inactiva y se utiliza con microorganismos muertos. Esta vacuna se utiliza para combatir la gripe, cólera, hepatitis
A, entre otras. Las vacunas más comunes y que se deben administrar obligatoriamente durante los dos primeros años de vida, son las que protegerán contra nueve enfermedades difteria, tétanos, tos ferina, poliomielitis, sarampión, rubéola, paperas, hepatitis B y meningitis.