¿Le gusta cómo están las cosas en Bolivia? ¿Que haya enfrentamientos entre bolivianos, cuando deberíamos estar unidos para no retroceder en lo avanzado económica y socialmente? ¿A qué nos estamos exponiendo? ¿A que mañana enfrentemos una crisis social, si no tomamos las necesarias medidas a tiempo?
Más de una vez hablé sobre la gravitación de las “señales” para los operadores económicos en función de invertir, producir, generar empleo, ingresos, impuestos y divisas: las expectativas cuentan y se decide en función de ellas.
Pensemos en un matrimonio o en una familia: ¿Acaso para una convivencia pacífica y fructífera no es importante la confianza que se da como consecuencia de una buena comunicación, respeto, consideración, solidaridad, mutuo apoyo y una visión común, que lleva a la pareja y a la familia a alcanzar nobles objetivos?
¿Qué pasa si en vez de ello hay un diálogo de sordos; susceptibilidades; agresiones verbales, físicas y sicológicas; desconsideraciones de todo tipo; egoísmo; falta de empatía y la imposición de agendas propias? Ese tipo de relaciones solo prosperará por la razón de la fuerza, antes que por la fuerza de la razón, hasta que –no pudiendo tolerarse más– se dé una ruptura. ¿Ha visto Ud. este tipo de situaciones? Es triste decirlo, pero esto está pasando con nuestro país.
En octubre del 2020 sentencié: “Un nuevo gobierno se avizora y se espera que lo haga bien, de lo contrario, a Bolivia le irá mal”. Lo dije en función de un nuevo capítulo de la historia por escribir, esperanzado en evitar errores del pasado, los tropezones de otros países, y de imitar aciertos para luchar contra la pobreza.
Hablé de la influencia que tiene la percepción de la gente para la efectividad de las políticas públicas, en función de lo cual sugerí dar buenas “señales” a los micro, pequeños, medianos y grandes empresarios, como generadores de empleo; a los trabajadores, para que sus aspiraciones salariales sean racionales; a los inversionistas, para que vuelvan a confiar en el país; a los países amigos, para recibir cooperación; y a los ciudadanos, para que apoyen a la producción nacional y le digan “no” al contrabando. ¿Cuáles señales se está esperando?
Paz social: La gente no quiere vivir en zozobra, desea trabajar y progresar, ansía un mejor presente y futuro.
Institucionalidad: Que las normas sean respetadas, para una pacífica convivencia.
Seguridad jurídica: Que haya previsibilidad para los ciudadanos y empresas.
Justicia: Que no haya injerencia en su administración, con jueces intachables.
Meritocracia: Recurrir a personas probas, a los mejores, para cargos públicos.
Pragmatismo: No reinventar la pólvora, ver lo que otros han hecho bien, para imitar y mejorar.
Apertura y empatía: Forjar una relación de mutua confianza con el empresariado.
Estado y mercado: La fijación de precios, la obligatoriedad de aumentos salariales y la restricción a la exportación, acaban afectando la economía y el empleo.
Gestión técnica: Apostar por profesionales creíbles, preparados y solventes.
Reformas estructurales: Bajar impuestos, costos laborales, sociales y la tramitología; ampliar el universo de contribuyentes y formalizarlos; que las entidades recaudadoras sean amigables, que vuelva el principio de buena fe.
Incentivos: A sectores estratégicos (hidrocarburos, minería), emprendedores, generadores de empleo (agro, industria, construcción, turismo, servicios, etc.).
Tecnología: Apostar a fondo por la investigación, innovación, productividad y competitividad, sin miedos ni temores (v.gr. biotecnología, biocombustibles).
Estabilidad: Si no se quiere devaluar la moneda y provocar inflación, combinar una política de promoción selectiva de exportaciones (captar dólares) con una política de sustitución competitiva de importaciones (ahorrar dólares).
Y sentencié diciendo que: “Con buena voluntad y una sinergia público-privada basada en estas buenas señales, la población tendría acceso a una mejor salud, una adecuada educación, oportunidades dignas y sostenibles de empleo”.
El autor es Economista y Magíster en Comercio Internacional.