“La voz del pueblo, es la voz de Dios”, reza una expresión de origen latino. Con ello se quiso significar que se debería escuchar de manera prioritaria la opinión y la decisión del pueblo. En ese marco la democracia, respaldada por amplias mayorías, retornaba en los años 80 del siglo pasado, como una esperanza de convivencia pacífica, con respeto a los derechos humanos, en particular. Como la histórica alternativa para construir la Nueva Bolivia, con la que soñaron nuestros mayores y seguimos soñando hoy.
Como el sistema de libertades irrestrictas, como la garantía para las expresiones ciudadanas, sea cual fuere su tendencia ideológica. Sin poner en tela de juicio su color político. Entonces la democracia no estuvo contaminada. Pero luego sus principios y objetivos fueron tergiversados por intereses creados.
En Bolivia, recordemos que la democracia retornó en el año 1982, con la coalición udepista en el Poder. En la Argentina, un año después, con el partido de la Unión Cívica Radical. Eran nuevos tiempos. Las dictaduras latinoamericanas habían pasado a la historia, sin pena ni gloria. La población respiraría libre de temores. Se había logrado desterrar, en definitiva, el miedo, la zozobra e incertidumbre, en la perspectiva de afianzar la tranquilidad ciudadana. Quienes practicaban política, a tiempo completo, podían dormir sin sobresaltos. Disfrutar la libertad y avizorar un destino mejor.
Nadie, por si haya dudas, pretendía perpetuarse en el Poder. Ni imponer el autoritarismo, aprovechando la potabilidad democrática. Todos los actores políticos, derechistas e izquierdistas, del oriente y occidente, de la ciudad y del campo, eran partidarios de la alternabilidad, por la salud del frágil e incipiente sistema político. Éste tendría que erradicar, en adelante, el rencor, la persecución, el encarcelamiento y el destierro. Buscaría constituirse en el instrumento de la pacificación, por el bien común.
Algunos políticos, en el pasado mediato e inmediato, reiteraron que gobernarían escuchando “la voz del pueblo, que es la voz de Dios”. Que no se apartarían de él, que acatarían sus decisiones, porque eran mandatos para ejecutarlos. Ha llegado el momento para que pongan en práctica ese discurso. Y no se limiten a gobernar en función de un partido, de una sigla o color político. Entiendan que el partido es una porción de aquel conjunto social. De ese que ha promovido el retorno de la democracia en duras y heroicas jornadas de lucha. Lo hizo soñando en un futuro mejor, pensando legar el sistema de libertades a la posteridad.
El pueblo no tiene tinte político ni ideología determinada. El pueblo está disperso en las ciudades, en las minas y el campo. Se moviliza, ciertamente, para contribuir con su esfuerzo al desarrollo nacional, pese a la crisis económica y a la adversidad, que significó la pandemia de origen chino. Vive de su trabajo cotidiano, bien o mal remunerado. Que no se manipule el nombre del pueblo con fines oscuros o afanes de perpetuarse en el Poder. Con el ruin objeto de acallar la voz de quienes piensan diferente.
En suma: habría que dar cobertura, ahora más que nunca, al pueblo boliviano.
Sobre la voz del pueblo
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