La reciente encuesta de Captura Consulting sobre aprobación ciudadana de autoridades subnacionales fue un revés al obstinado afán de perpetrar un golpe judicial contra el alcalde que en la Elección Municipal 2021 barrió de Cochabamba –y con significativo voto masista– a la facción del MAS de Evo Morales, que persiste en liquidar a Reyes Villa, su rival histórico y quizá también el último liderazgo político alternativo en Bolivia.
El evismo es una feral patología antropofágica que cuando hace a disputar el poder no distingue a propios de ajenos; un canibalismo saturnino que calma su fobia por la alternabilidad devorando a sus propias criaturas. Baste revisar el destino de Santos Ramírez, Abel Mamani, Félix Patzi o el mismísimo David Choquehuanca, a su turno defenestrados por un mesianismo que no admite otros liderazgos ni siquiera –o en especial– dentro del partido gobernante.
Pero las prácticas bárbaras del círculo rojo cocalero son tema de otra historia. Importa hoy analizar en perspectiva la evolución estadística de un fenómeno político que, según CiesMori, empezó su quinta campaña municipal en enero con una intención de voto de 52.8%, manteniéndose en febrero en 50.8%, para terminar en abril ganando una elección que llevó a Reyes Villa a la alcaldía de Cochabamba con 56% de los sufragios.
Terminados los comicios, la curva ascendente de intención de voto se tornó en curva de aprobación y, según la secuencia sociométrica de Captura Consulting, de ser elegido en abril con 56% en junio el balance de sus primeros cien días en el cargo reportó aprobación del 73% y en octubre, al cumplir su séptimo mes como alcalde, el respaldo a su gestión alcanzó el 75%.
Esta es la huella estadística del curso histórico de un fenómeno inédito: Un exalcalde, exgobernador y excandidato presidencial que tras un exilio de diez años retornó al país reinventado y con una estrategia que re-encuadraría el escenario discursivo nacional, rompiendo la narrativa dialéctica del MAS para proponer una nueva explicación de la realidad que interpela transversalmente tanto a votantes opositores como oficialistas.
Siendo Cochabamba la frágil sutura que une a un país fracturado por los discursos dicotómicos, las cifras de Reyes Villa son impensables sin el voto masista y esa adhesión inédita de electorado del MAS implica un abandono de la narrativa de “las dos Bolivias” por la de un horizonte discursivo que oferta capacidad de conducir el estado fuera del conflicto y gobernar más allá de doctrinas o ideologías.
Manfred ha construido una comunicación política sináptica-emotiva con su elector de minimalista y asimétrica, impermeable a discursos de clase, etnicidad o región. Esto es Manfred desmontando los mitos de la izquierda sindical, que por 20 años construyó una mitología negra alrededor del militar retirado y emprendedor inmobiliario que en 1990 incursionó en la política como protagonista del surgimiento de un nuevo paradigma de poder desde lo local.
El sindicalismo cocalero incorporó en el imaginario social mitos políticos como el de “Edecán de García Meza”, “Yaku-vende” o “aliado de Goni”, encuadrando a Reyes Villa en las antípodas de lo que pretendía ser un nacionalismo popular anti-neoliberal, pero terminó siendo una narco-autocracia encomendera pro asiática.
Cuando regresó al país en 2003, tras un prolongado duelo por la muerte de su hija, Reyes Villa intentó apuntalar un sistema político en derrumbe, manifestando apoyo a un gobierno del MNR que finalmente cayó derrocado por sus errores y por Evo Morales. Fue una dura lección que Reyes Villa demostró haber asimilado cuando a su segundo regreso del exilio, en 2020, se negó a respaldar a la errática y radicalizada oposición que fungía de gobierno transitorio.
Con 30 años en la política y una génesis engarzada en el surgimiento del municipalismo, la Participación Popular y el Proceso de Descentralización, Reyes Villa es simplemente una marca, una discursividad, un fenómeno cultural y un mito de poder que ninguna sentencia va a extinguir.
El autor es Magister en Comunicación Política y Gobernanza.