Después de leer varias de las obras del insigne Stefan Zweig, no podría sino dedicar unas líneas al célebre escritor austrohúngaro, del que su gloria no ha perdurado sino en los primeros años del siglo pasado.
Es probable que muchos lectores, incluso los que leen mucho y buenos libros, no tengan conocimiento de la trayectoria en el campo literario de quien, a lo largo de toda su obra, hizo un panegírico de la cultura europea. Stefan Zweig fue un activista judío por la paz en el mundo que jamás comprendió, y nunca pudo aprobar, las ambiciones políticas, ideológicas y expansionistas de los gobernantes del mundo.
Hizo de la literatura un canto a la belleza y a la vida. No fue el único, pero pocos como él incursionaron en géneros tan variados como la poesía, la novela, el drama, el periodismo, el ensayo y fue un conspicuo historiador. Existe unanimidad en los críticos sobre que su obra cumbre fue “Momentos estelares de la humanidad”, que indudablemente es una joya de las letras. Con refinada técnica y preciosismo gramatical, Zweig hace una “catalogación” novelada de los momentos que, hasta la época de su publicación, fueron los más extraordinarios que el convulsionado mundo experimentó. Desde la épica toma de Constantinopla por causa de minucias que determinaron tal hecho trascendental, hasta la histórica instalación del telégrafo entre Europa y América del norte.
En fin, “Momentos estelares de la humanidad” es uno más del preciado inventario bibliográfico de Zweig. Pero el libro contiene hechos (por lo menos hasta entonces) inéditos y contados en el estilo y talante del gran autor, como el descubrimiento del Pacífico y otros sucesos yuxtapuestos entre sí por la impronta de todos ellos, a pesar de la distancia cronológica de sus acaecimientos.
En un artículo independiente del presente, expresé que Stefan Zweig es un aventajado escritor y que injustamente su trascendencia no ha superado los años que han seguido a su fallecimiento, ni siquiera la gloria que merecía le duró toda su vida. Y es que el egoísmo propio de la naturaleza humana, determinó que, por su condición racial judía, aunque no religiosa, fuera proscrito de su propia patria que después de la Gran Guerra vio desaparecer de la geografía. Su dolor le hizo sentirse un ser de ninguna parte y forastero en todas.
Todos sus relatos son magistrales, pero desde mi punto de vista, con anterioridad expresé y hoy refrendo, que Stefan Zweig es a la biográfica, lo que William Shakespeare es a la tragedia. Y es que haber leído “El mundo de ayer”, que es una autobiografía conmovedora, me hizo reflexionar sobre los valores del género humano; y en lo que al ilustre hombre se refiere, no haber incurrido en osadía ninguna, porque salvando las distancias del autor de “Hamlet” con quien es motivo de esta nota que no tiene características elegíacas, aunque bien merecidas tiene, no tengo evidencia de haber experimentado personalmente virtudes literarias y humanas que superen integralmente la descripción de una vida, mucho menos cuando se hace un retrato de la propia existencia, como lo hace este judío, ciudadano del mundo que entre los años 20 y 30 del Siglo XX ha tenido tanta influencia en los círculos no solo artísticos o literarios de la época, sino aun en los políticos de Europa, pese a su declarado apartidismo. Su única bandera fue la paz.
En pocas semanas más se cumplirán 80 años de su partida a una esfera distinta. Leí dos veces esa apología de la cultura austriaca con un matiz laudatorio hacia su Viena natal. Y sostengo que otorgarle el título de maestro del género biográfico no es hiperbólico, porque narraciones de su propia vida, de la que resalta sobre todo el contexto histórico, primero de absoluta paz y prosperidad de su tierra culta, pero discriminadora, y de la tragedia luego con el estallido de una guerra que demolió su propia voluntad de vivir, queda reafirmado con el halo que, con “María Antonieta” y “María Estuardo” entre otras biografías, rodea al prodigio narrativo de su autor.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.