martes, septiembre 3, 2024
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¿Qué hacer en 2025?

Tal vez preguntarse esta cuestión pueda parecer un tanto prematuro. Pero no lo es si queremos ser un pueblo previsor.
Junto con José Ortega y Gasset, creo que la historia humana es una saludable dialéctica de contrarios. Me explico: para que exista el Bien tiene que haber el Mal, para que haya claridad tiene que haber oscuridad, para que existan mentes abiertas tienen que existir mentes intolerantes, para que haya liberalismo tienen que existir corrientes totalitarias, etc. Esto nos lleva a una conclusión: el Bien, la luz, la mentalidad receptiva y el liberalismo siempre existirán mientras existan sus antagonistas. (Algo parecido sucede con la Iglesia católica, la cual se depura, renueva y fortalece en tanto recibe duros ataques de sus adversarios. Misterios paradójicos del devenir histórico).
¿Qué hacer de cara al 2025? Madurar su llegada. Vale decir: preparar políticamente su advenimiento. En palabras más precisas: hay que sembrar el porvenir, trabajar una propuesta seria, una alternativa política que no se enfoque solo en la restitución de la democracia (como corean los simplones políticos), sino también en la reestructuración de la educación, la apertura cultural, el cambio de la matriz económica y el replanteamiento de la política exterior, pues la verdad es que fue la decadencia de todos estos últimos elementos los que malograron aquélla. Una alternativa política que reforme los cimientos de Bolivia, que no se deje llevar por las modas o los esnobismos y que no otorgue concesiones irracionales solamente para congraciarse con las masas. Ahora bien, es muy probable que una propuesta así de seria y responsable no sea muy exitosa o popular —electoralmente hablando— en el corto plazo, pero estoy seguro de que es la única si es que se quiere cambiar radicalmente Bolivia. Además, yo pregunto: qué vale más: ¿ganar el poder con una derecha populista e irresponsable, que al final degenere en corrupción e improvisación, o, por otro lado, ingresar en el Congreso un grupo de parlamentarios serios, preparados y éticos, con un partido político sólido que lo secunde y que vayan ganando terreno político con el tiempo? Creo que lo segundo.
Como pensaba Ortega, una propuesta seria de política liberal no mana en medio de la polémica mediática o los berrinches cotidianos, «sino en el recato del ensimismamiento». Esto no es otra cosa que los cenáculos intelectuales o la misma academia, lugares donde son discutidas ideas y percepciones profundas de país en un clima de paz. Para ello es indispensable que los astros se alineen y veamos el florecer de una pléyade de intelectuales con ideas más o menos similares, que luego se establezcan en un grupo orgánico con miras a conformar un partido político. Eso ya ha sucedido, y varias veces, en la historia de Bolivia.
Lo que se necesita es devolverle a la política su estatus, su valor, negándoles a los incompetentes su ingreso en ella. Eso se consigue delegándola a los más capacitados y, además, virtuosos éticamente hablando. Las masas (entendiendo este término en el sentido orteguiano, o sea, en el de la mediocridad humana) no están capacitadas para mandar, tanto porque no tienen conocimientos específicos de gestión pública y política, cuanto porque no abrigan códigos éticos, indispensables para la buena labor pública y privada. Es por todo eso que, una vez que llegan al poder, improvisan y se corrompen tan fácilmente.
Lo que propongo nada tiene que ver con algún tipo de elitismo excluyente. Más al contrario: propongo la inclusión activa, pero mediante el raciocinio práctico y no a través de la prebenda o la concesión irresponsable. Bien visto, el liberalismo es una doctrina altamente social, que conjuga criterios de libertad individual y raciocinio autónomo con criterios de inclusión y de superación del individuo.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.

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