lunes, diciembre 23, 2024
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Frente al Coronavirus, educarnos

Como toda crisis de salud, la pandemia del coronavirus (COVID-19) nos pone de frente a los temas cruciales de la vida, entre ellos el de la educación. En este caso, se trata de una educación o re-educación personal y colectiva que nos permita enfrentar juntos un evento de la naturaleza para el que estamos escasamente formados e informados. Educarnos tanto personalmente como socialmente, y de manera rápida, es el reto que nos toca ahora.

Para hablar de ello elegiré a dos autores cuyos puntos de vista confluyen en el tema. Primero me permitiré retomar la perspectiva del psicoanalista Erick Fromm. Trata en torno a cuatro elementos que él considera los fundamentos del amor, y que yo me permito adaptar al tema ―sin duda amoroso― de educar. Quiero añadir también la perspectiva del filósofo español Fernando Savater, que también ha reflexionado acerca de la relación entre el amor y la educación, y cuyo pensamiento adquiere su máxima dimensión justamente en momentos de crisis sociales como la actual.

Savater funda su teoría de los valores éticos en lo que él llama amor propio, dejando claro que el cuidado de los demás es la forma más eficaz de quererse a uno mismo. Nos recuerda que todos dependemos de todos, y estamos entreverados en una red de relaciones tan estrecha, que cuidar el bien del prójimo recae en última instancia en nuestro propio beneficio. La educación, ocupada en guiar al otro en la búsqueda de su bienestar, se vuelve siempre en nuestro propio bien. En un momento como el actual, en que esa red de relaciones se estrecha tanto ―al grado de que lavarnos las manos puede evitar que alguien enferme gravemente―, el círculo virtuoso que el español plantea se vuelve evidente.

Hoy más que nunca, debemos ser educados con los demás; para explicar lo que quiero decir, voy a retomar los cuatro componentes del amor que Fromm describe: cuidado, conocimiento, responsabilidad y respeto.

Que el cuidado es necesario, salta a la vista: finalmente, de lo que se trata es de cuidarnos a nosotros y a los demás (lo cual, savaterianamente, resulta lo mismo); es decir, ejecutar los actos necesarios para evitar la enfermedad, y si la adquirimos, o alguien a nuestro alrededor la adquiere, hacer lo necesario para curar y para no contagiar a otros.

Lo anterior se complica cuando pensamos en el segundo componente de la educación: el conocimiento. ¿Cuáles son las mejores prácticas para lograr esos objetivos? Conocerlas no es fácil; lo que llamamos “conocimiento” da una sensación de certidumbre, pero en realidad es algo sumamente inexacto. Podemos entrar en filosofías sobre los límites últimos del conocer, pero por el momento no es necesario: basta con echar un ojo a nuestras prácticas e instrumentos cotidianos de adquisición y transmisión de información para darnos cuenta de lo limitados que estamos. Ahora más que nunca surgen “grandes expertos” en todos los campos del “conocimiento”, que recomiendan esto o lo otro, y que nos convencen según sea la tendencia de nuestro pensamiento: confiar en la ciencia nos hará seguir sus recomendaciones; otra postura nos llevará a creer en la voluntad de un poder superior; adherirnos a la teoría del complot nos hará permanecer indiferentes a las medidas de salud, etc. Estos criterios personales se toparán, además, con una inmensa variedad de medios de información llenos de contradicciones entre sí, y con muchas imprecisiones, casi todos pregonando que dicen la verdad. ¿Cuál es la página de internet más confiable, el periodista más objetivo o nuestro amigo o familiar mejor informado?

En la crisis actual, la elección del conocimiento que seguiremos para cuidarnos implica una gran responsabilidad, no solo ―como hemos visto― sobre nuestra propia salud sino también sobre la de los demás. Esa responsabilidad se duplica cuando, colocándonos en la posición de quien enseña, exponemos nuestra forma de pensar como conocimiento confiable. En este caso, la responsabilidad se convierte en ―como dice el psicoanalista alemán― “responder por el otro”, lo cual, hablando de coronavirus, es serio, porque puede tratarse de responder por la vida del otro.

Es aquí, creo ―en este dar a conocer nuestra forma de pensar sobre las mejores prácticas de cuidado―, donde cabe el cuarto elemento del que Fromm habla: el respeto. Éste, según él, es el reconocimiento de que la otra persona es distinta a mí y que debo asumir siempre su libertad de ejercer el propio criterio. En momentos en que la acción colectiva es imprescindible, el respeto es la base para que la comunicación fluya entre la gente. Para enseñar algo a alguien ―sean nuestros hijos, alumnos o conciudadanos― no hay mejor punto de partida que el respeto, cuya dimensión esencial es no intentar imponerse sobre el otro.

Aquí, quisiera destacar cierto matiz que se esconde debajo del intento de dominar lo que otro piensa. Quizás a algún lector le parezca frívolo dar importancia al siguiente asunto, y sin embargo me atrevo a sugerir que estemos atentos a él, por si alguna razón me asiste. Me refiero a la gratificación que muchos sentimos cuando conseguimos impresionar a alguien con lo que sabemos. Gratificación trivial, quizás, pero para algunos tan importante que puede llevarnos a propagar la más infundada e incluso escandalosa información sin haberla analizado y confirmado de manera seria. Después de todo, es más fácil impactar a alguien con nuestras ideas por lo que le ofrecen a la imaginación que por lo que aportan al razonamiento lógico. Las redes sociales, transporte ideal para cualquier material en crudo, son el mejor aliado en esto.

Todo lo contrario ocurrirá si atendemos al cuidado, el conocimiento, la responsabilidad y el respeto, entendidos como amarnos y educarnos unos a otros frente a la crisis. Esta actitud hará que nuestras decisiones no se conformen con un primer vistazo al propio criterio o al criterio ajeno, ni con propagar información que no hemos revisado con seriedad.

Yo mismo, ahora, asumiendo mi papel de educador (que en la crisis actual, como digo, todos desempeñaremos inevitablemente), daré mi punto de vista. Primero: ya que hablé de quienes creen en un poder superior, puedo decir ―siguiendo a Fromm, para quien razón y espiritualidad son un continuo― que toda adquisición de conocimiento sobre los cuidados frente al COVID-19, hecha de manera responsable y transmitida respetuosamente, conllevará necesariamente una trascendental esperanza.

Segundo: convengo que en materia de salud me adhiero al conocimiento científico; si no fuera suficiente con la confianza que le tengo a su método por sobre otras formas de conocimiento en este tipo de temas, bastaría con un argumento lógico: dado que es gracias a la ciencia que todos nos hemos enterado del coronavirus, que hablamos de él y estamos atentos a su evolución, y que es solo por la confianza que le tenemos al conocimiento científico que aceptamos cuidarnos de no adquirir la enfermedad ni propagarla, solo por eso sugiero que sigamos guiándonos por lo que la ciencia descubra y recomiende, y actuemos de principio a fin sobre sus bases, difundiéndolas entre todos aquellos que quieran escucharnos.

Acorde con esto, y para despejar el punto de cuál sea la información “científica” más confiable que hay en este momento, comento que en entrevista con el Dr. Julio Frenk ―ex Secretario de salud de México―, me ha explicado que “la fuente más autorizada es la página de Internet de la OMS, donde la información está disponible en español. Otro recurso fundamental es la página de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, que también ofrece información en español”.

Me uno a la recomendación del Dr. Frenk porque conozco sus frommianas y savaterianas cualidades como científico y maestro.

 

Andrés García Barrios es escritor y comunicador.

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