viernes, diciembre 27, 2024
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¿Rendir la Iglesia al mundo?

Existen varias corrientes actuales que ven en la relativización de la ética y la moral la mejor forma de lograr equidad e inclusión, logrando así (según ellos) una sociedad más justa y equitativa. Siguiendo esta línea han venido apareciendo ciertas voces dentro de la Iglesia Católica que ven con buenos ojos este tipo de ideas, incluso adhiriéndose activamente a la relativización de la ética, la moral e incluso del Evangelio.
La Iglesia si bien tiene que estar en salida, anunciando y denunciando, siendo luz en medio de la oscuridad, no debe seguir corrientes humanas por más interesantes, llamativas o inclusivas que parezcan; veo con cierto asombro y preocupación cómo ciertas corrientes dentro de nuestra Iglesia, con la excusa de adecuarla a los tiempos modernos, van cediendo el Evangelio a favor de ideologías y corrientes ajenas.
Por el afán de modernizar el Evangelio y adecuarlo a nuestros tiempos se le va quitando esa belleza salvífica, la cual no viene de la mano de palabras bonitas. El Cristiano anónimo de Karl Rahner ha influido decididamente en esta forma de pensar, puesto que en su teología la Iglesia ocupa un lugar secundario en la economía de la salvación, pues cada ser humano tiene a Dios implícito en su ser, lo quiera o no. Con dicho precepto el acto de Fe está por demás; la salvación ya no tiene como protagonista a la Iglesia, por ende, su misión salvífica e intercesora sería innecesaria. Para Rahner toda persona que lucha por la justicia termina siendo un cristiano anónimo, aunque no busque dicho reconocimiento; básicamente reduce al cristianismo a una reunión de boy scouts, donde la Fe y la Iglesia ya no tienen sentido, por ende, Cristo tampoco.
Las nuevas corrientes ideológicas que trae consigo el Siglo XXI resultan muy tentadoras de seguir. A título de tener la mente abierta se va perdiendo la esencia del Cristianismo, la Fe deja de ser imprescindible, por tanto Jesús deja de ser el Hijo de Dios para convertirse en un buen tipo, un predicador de palabras bonitas, un activista por los derechos humanos o un simple hacedor de milagros.
No se puede vivir el cristianismo sin Iglesia, pues es en la reunión de fieles donde Cristo se da a sí mismo en la Eucaristía, prescindir de esta Gracia es prescindir de Jesús mismo.
La idea de que el Cristo en principio lideró una revolución social reduce su acción salvífica en la cruz a una mera sentencia de muerte por parte de un régimen abusivo y dictatorial. Ni Jesús fue un revolucionario guerrillero ni un buen tipo lleno de frases bonitas; pareciera que existe un empeño en desvirtuar la imagen divina de Cristo y su sacrificio redentor en la cruz.
Si bien el mundo ofrece un sinfín de opciones para vivir una Fe a la carta, donde solo se toma lo que se necesita y se desecha todo aquello que incomoda. La Iglesia tiene que mantenerse firme en sus posturas teológicas, éticas y morales puesto que todas estas posturas supuestamente incómodas de la Iglesia son las que guían al creyente en su camino de Fe, pues no solo dan pautas de comportamiento ético y moral, también regulan nuestro camino en comunidad. Es por ello que desvirtuar el cristianismo y rendir la Iglesia al mundo es prioridad para muchos «pensadores» progresistas, ya que la Iglesia siempre va a incomodar al poder, al igual que la verdad.
La Iglesia al ser santa y pecadora tiene muchas heridas encima, muchas de ellas causadas justamente por aquellos que juraron defenderla y amarla; negar esto no sería honesto, pero no por ello se debe llegar a negociar valores y creencias con la excusa de abrir la Iglesia a las nuevas ideologías progresistas que trae consigo el Siglo XXI. Democratizar la Iglesia para dar paso a reformas «sinodales» puede que no nos encamine hacia una reforma deseada, sino más bien a una deformación consensuada entre la injuria, la apostasía y la mentira. La Iglesia, en todo caso, debe permanecer fiel y firme, anunciando y denunciando, sin rendirse ni arrodillarse ante las corrientes del mundo.

El autor es Teólogo y Bloguero.

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