En los inicios del Siglo XXI, en medio de desaciertos en todos los ámbitos resuena el eco de un mundo con nuevas perspectivas, que nos dice que no podemos seguir siendo contaminados por la indiferencia y los conflictos, que los medios cívicos, la cultura y el conocimiento nos conducen a aprender a convivir, a crear estilos de vida comunitarios propios de la existencia humana, establecidos en agrupaciones solidarias, llenas de espíritu que se sientan responsables unas de otras. Así es que crece la sociedad, así es que se fortalecen los sentimientos sociales, políticos o religiosos para un mundo nuevo con unas normas de creación social, como es la civilidad o cultura ciudadana para que sean un imperativo social que cumplir, como base para fortalecer la paz espiritual, material, la paz social, la paz política.
El deterioro social es de tal magnitud que todos estamos llamados a realizar cambios, so pena de sucumbir, pues la escalada humana por la depredación no se detiene. La ambición del hombre no tiene otra meta que elevarse como un dios arrollando a su paso todo lo que encuentra. Este viacrucis se vive en medio del síndrome depresivo, la angustia ante tanta decepción. La política y la religión que se suponen están para realzar los valores, crear bien común y unidad social provocan desconfianza que hace que el miedo se apodere del hombre y la desconfianza prime.
Hoy el hombre es un torrente de deseos y exigencias de sus derechos que a cada minuto ha ido perdiendo. Existe un sometimiento social del cual ha sido difícil zafarse. Los poderes sociales y políticos imperan aun en medio de los contrastes, las bifurcaciones, las brechas, los poderes que tienen en la invasión de la tecnología de consumo un aliado y un distorsionador del pensamiento libre. Un diálogo político dice que el hombre es un juguete de los dioses y de todo poder terrenal.
La convivencia social exige llevar a cabo procesos generadores de cambio político y social que revolucione el ambiente negativo del orden que atenta contra el bien de la comunidad. Con tino de alcance a voces de distintos pensamientos sociales, digamos que la libertad no existe como tal mientras las crisis se ahondan. La vida para el hombre se ha convertido en supervivencia, donde deambulan en el ambiente tantos muertos de hambre y miseria a merced de unas leyes y unos dogmas confusos, llenos de incomprensión, en un entorno que se asemeja a una gran dictadura teniendo el aval político y religioso y el económico, donde la religión y su culto son un mercado, y lo político es el engaño y la mentira como forma de gobernar.
Las instituciones sociales que deben estar para el beneficio social son profanadas por la corrupción, el saqueo y el uso para violar derechos. El capitalismo lo somete todo. La persona humana queda sometida a una mercancía, al valor del mercado, despojándolo de su dignidad.
Hombre y sociedad viven al asombro del marginamiento, conduciéndose a perder capacidad de pensar, de decidir, de relacionarse, de actuar, aunque el sentir del asombro se ha perdido debido a la existencia de un poder sin límites, con rasgos dictatoriales, quien omite que sea respetada la vida de sus ciudadanos y que hoy se ve con muerte de tantos líderes sociales.
El diario vivir tiene grandes enemigos… Las guerras comerciales, las guerras institucionales, ambientales, las guerras políticas, guerras del narcotráfico. En estas guerras hay apéndices, cuyos efectos recaen sobre la comunidad, como el caso de la salud, la educación donde tantos vividores se están enriqueciendo a costa de la vida de una nación. Hoy vivimos la irracionalidad para vivir.
Dostoievski, quien retrató el alma humana, señaló que… Cada uno de nosotros es culpable de todo, ante todos, y yo más que nada…. Como seres de masa no podemos excluirnos ni social ni políticamente y menos tratarnos como medios, pues perdemos identidad de persona. Civilidad implica contacto con el otro, nuestro prójimo, visible. La vida comunitaria es de lucha por todo lo que hace posible la existencia. Toda sociedad es posible, siendo crítica de la realidad con un llamado ético para defender los derechos con el espíritu de la revolución humanista de la esperanza.
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