Paul Thomas Anderson regresa al cine con su última película, una divertida y desatada carta de amor dedicada al Valle de San Fernando titulada Licorice Pizza, que relata la historia del encantador actor adolescente Gary Valentine (Cooper Hoffman), quien entabla una amistad con Alana Kane (Alana Haim) –que se convierte en su primer amor–, una joven veinteañera a la que conoce el día de la toma de fotos en la escuela secundaria, en los años setenta. Juntos emprenden una aventura memorable en la que Gary busca convertirse en empresario y Alana intenta descifrar su propia vida.
Para su nueva película, Anderson se basó en sus propios recuerdos, en las historias de un amigo y en una gran variedad de fuentes. El guionista y director nominado al Óscar presenta su película más cálida y cómica en años.
¿Cuándo pensó por primera vez en Licorice Pizza?
Hay tres segmentos totalmente diferentes. La idea inicial, el núcleo de la película, es la relación entre un chico de 15 años y una joven mayor. En la escuela secundaria estaban tomando las fotos y vi a un joven estudiante quejándose con una chica y tratando de conseguir una cita con ella, y pensé: “esa es una premisa excelente para una película…” Pero de eso hace ya 20 años, no llegó a ninguna parte, y esa fue la única idea que tuve. El elemento más importante fue mi vínculo con Alana, una asociación creativa que comenzó hace unos seis o siete años con Haim, su banda musical. Toma estas tres cosas y ponlas en una coctelera, agítalas, agrega un poco de vermut y quizás una rodaja de limón, y de ahí sale Licorice Pizza.
¿Qué vio en Alana que le hizo pensar que ella podía protagonizar una película?
Verás: puedo resumirlo en dos cosas simples. Ella es hermosa y vehemente. Esta es una combinación sumamente emocionante de rasgos de carácter. Este es un rasgo maravilloso de la personalidad de alguien. Alana es increíblemente astuta, ingeniosa, tiene una lengua afilada y es muy, muy divertida.
En la película también aparece buena parte de su familia, que improvisa mucho, especialmente su padre. ¿Cómo supo que tenía que incluirlo en la película?
Sería imposible pensar en cómo habría llevado a cabo cualquier tipo de casting para encontrar a alguien que interpretara al padre de Alana. Tiene una personalidad tan única que piensas, “¿por qué voy a contratar a alguien más para interpretar a su padre, cuando tengo a su propio padre sentado frente a mí?” Sería como decir: “¿quieres la madera, o el acabado de madera simulado? ¡Yo quiero la madera! Pero creo que en el caso de Moti no hizo falta mucho tiempo; solo necesitó una o dos tomas para entrar en calor y estar listo para grabar.
Luego está Cooper, al que conoce de toda la vida. ¿Qué lo convierte en el perfecto Gary Valentine? ¿Vio eso en él antes de elegirlo?
Sí, lo hice. Pero creo que lo que había escrito probablemente tenía un tono más irritante, y lo que me inspiró de Cooper fue que es amable. Es generoso y muy sociable. No es fastidioso, porque tiene un gran corazón.
¿Adaptó el personaje en la fase del guión una vez que Cooper estuvo en el papel? ¿Lo ajustó mientras lo dirigía?
Lo ajusté un poco en el guión. Una vez que escuchas a alguien decir las palabras por primera vez, te das cuenta –bueno, después de que las ha dicho unas cinco o diez veces– que hay ciertas palabras que no encajan en la boca de esta persona. Hay una filosofía de que el actor no viene a la película; la película viene al actor.
¿Cómo fue rodar al estilo de los años setenta? ¿Qué quería capturar con ello?
Eso ayuda. Creo que eso ayuda a la autenticidad, pero en última instancia, es solo un pequeño paso hacia ello. Lo que más ayuda a lograr la autenticidad es el aspecto de los personajes. Por lo tanto, los actores no estaban maquillados. No teníamos un remolque para maquillaje o peluquería. No hay ninguna chica que ande por el Valle con un calor de 38 grados usando el maquillaje que se ve en las películas regulares, así que ese es el ingrediente secreto, supongo, para que tenga algo de autenticidad.
¿Fue un reto encontrar locaciones que pudiera convertir para que se parecieran a las de la década de 1970? ¿O fue relativamente fácil?
Fue una mezcla. Algunas cosas se te aparecían como un milagro y tenías bastante suerte, como con el Tail O ‘The Cock, un viejo restaurante abandonado que estaba en su peor momento, muy sucio, y que necesitaba ser limpiado. Encontrar el Pinball Palace de Fat Bernie fue un poco más complicado, porque no solo necesitabas una fachada estupenda del local, sino que también tenías que mirar por los aparadores en 180 grados, así siempre es una mezcla.