domingo, julio 7, 2024
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Escándalos parlamentarios

En tiempos pasados era algo excepcional que los asambleístas de tiendas partidarias diferentes se enfrenten, unos con otros, por motivos de índole personal o político, lo cual recibía la censura de la opinión pública, la rechifla de la barra colegisladora (que ahora no existe) y hasta la clausura temporal del recinto legislativo.
Si bien algunos debates derivaban en problemas físicos, no se debían a asuntos de mínima cuantía, sino a temas de alto interés para el país. Pero, al presente, los incidentes en la Cámara de Diputados han proliferado en cantidad y calidad, a veces por asuntos pequeños o bien por detalles de forma, lejos de referirse a cuestiones importantes, como el caso de diputados que pasaron a los hechos con motivo de la elección de los miembros de la Comisión de Ética, donde precisamente la moral política debía llegar a su más alto grado de presencia y solo primar los argumentos.
Ese episodio reveló que si en esa comisión –la encargada y responsable de ser paradigma de la opinión pública– ocurren esos escándalos, ¿qué se podrá esperar en otras dependencias? Otro caso reciente, entre varios otros, fue protagonizado por dos diputados que se enfrentaron, en primer lugar, a gritos y enseguida se agarraron a golpes.
En efecto, los diputados Omar Rueda y José Carlos Gutiérrez empezaron a insultarse. Rueda expresó a voces “Vamos afuera. Te voy a enseñar a respetar el Plan 3.000”, según trasmisión por Facebook, lo que originó el intercambio de amenazas difícilmente contenidas.
Según la filosofía política dominante, se creyó que, instalados en un moderno Palacio legislativo, los parlamentarios también modernizarían la forma de actuar y pensar. Pero nada de eso ocurrió y, más bien, pareciera que el nuevo edificio los ha llevado a lo contrario.
De otro lado, se critica que en las Cámaras los representantes no tienen la iniciativa de presentar proyectos de ley o atender asuntos de carácter nacional. No se producen debates de altura y algunas veces las votaciones se producen sin la previa discusión de asuntos importantes y los asambleístas se limitan a levantar la mano. Otro motivo que critica del pueblo es la clausura de las barras colegisladoras, que son la fuerza que debe fiscalizar la actividad parlamentaria.
La verdadera Casa del Pueblo es el Palacio Legislativo y éste debía tener sus puertas abiertas a la ciudadanía que eligió a los diputados y senadores y así saber si realmente están cumpliendo con su mandato o, por lo menos, conocerlos de cerca.
La clausura de las barras colegisladoras y la prohibición al ingreso libre al edificio parlamentario constituyen violaciones a los derechos políticos de la población y que debe ser eliminadas a la brevedad posible. El Palacio Legislativo se ha convertido en un bunker exclusivo de pocas personas que proceden sin la fiscalización popular, aunque en otros países no ha sido suspendida esa labor de vigilancia.
Al respecto, se puede recurrir al dicho popular “Odres nuevas para vino nuevo”, es decir que en el Parlamento todo debió mejorar en el fondo y la forma. Pero eso no fue posible, pues ahora se tendrá que decir “Odres nuevas, para vino viejo”, vale decir que la medicina resultó peor que la enfermedad.

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