De noche es mejor enfrentar al enemigo, flanquearlo, adelantarse a su paso y quitarle el alimento por el que avanza sin descanso. Una de las técnicas para detener un incendio forestal es quitarle su combustible antes de que lo alcance, arrancar los árboles y plantas desde su raíz, dejar el suelo pelado para que no tenga qué quemar, para que no pueda avanzar. Pero el trabajo no es fácil, es titánico.
5,9 millones de hectáreas se quemaron en Bolivia en 2019, lo que representa el 4 por ciento de la superficie del territorio boliviano. En 2020 fueron 4,5 millones de hectáreas las que devastaron los incendios y, en 2021, hasta octubre, el conteo ya sobrepasó los tres millones, según datos del Gobierno. Y el fuego aún arde.
Entre la destrucción, animales muertos, una sensación térmica de más de 40 grados centígrados, el peso del equipo de protección personal, del material de trabajo, el cansancio y la indiferencia de las autoridades, cientos de personas se enlistaron para los combates, perdiendo batallas, fuerzas y esperanzas; ganando experiencia, heridas e impulsándose a seguir un día más, mientras el fuego no dormía, ni descansaba, ni daba tregua en una guerra desigual.
CÁLCULOS
“Fueron muchos aprendizajes… mucho dolor, yo lloraba, porque cuando ingresaba al área protegida se olía a cadáver, por los animales muertos, y había olor a carne quemada. Pedí hacer una evaluación y en menos de un kilómetro y medio vimos como 15 animales muertos, como osos bandera, tortugas, reptiles, chanchos”, recordó el biólogo Suri Cabrera.
Miles de millones de animales perecieron. Organizaciones científicas e investigadores coinciden en que es difícil calcular el número real o aproximado de vertebrados e invertebrados desaparecidos. Pero se estudian todos los efectos que tuvo y tiene aún el paso del fuego por estas áreas naturales. Porque están los que murieron durante los incendios y los que aún hoy pedecen por sed, hambre, desplazamiento, cacería, tráfico y más.
En dos millones de hectáreas quemadas en 2019, casi un tercio del total de ese año, se estima que murieron 5,9 millones de mamíferos, de los cuales 3,6 millones eran roedores. El estudio realizado por Luis Pacheco, con la colaboración de estudiantes de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), se basó en la densidad poblacional que había en el bosque chiquitano antes del incendio.
Este cálculo, publicado en la revista Ecología en Bolivia, tomó en cuenta solo 48 especies de animales. No se tomaron en cuenta familias de aves, reptiles e insectos, ya sea porque tienen la capacidad de escapar, de protegerse o porque no se puede estimar su número poblacional.
La Fundación Solón afirma que, aproximadamente, 1.200 especies de vertebrados habitaban la Chiquitanía, y que en esa cobertura boscosa se perdieron unos 40 millones de árboles por los incendios.
Todos formaban parte de un hábitat tupido, de una cadena alimenticia codependiente. La directora de Senda Verde, Vicky Ossio, señala que se perdió el 75 por ciento de los insectos y el 50 por ciento de los anfibios que habitaban el lugar.
Los insectos persiguen la luz porque algunas células de sus ojos reaccionan al percibirla. La ciencia explica que este fenómeno, llamado fototaxia, les ayuda a orientarse de noche, especialmente a los voladores, porque creen que es la luna, y así saben también que su camino está despejado. Esta reacción les lleva muchas veces a la muerte ante las luces artificiales de la gente y sucede lo mismo ante el fuego.
“El bombero que enviamos para las capacitaciones me dijo: aquí no hay mosquitos”, recuerda Ossio y puntualiza que este tema debería llamar la atención de las autoridades, ya que sin mosquitos muchas especies no tendrán alimento y, por otra parte, las mariposas y abejas ayudaban con la polinización de las plantas.
La Red de Monitoreo de Impactos del Fuego en la Fauna del Pantanal (Mogumatá) hizo un estudio específico en este lugar durante y después de los incendios de 2020. En los 3,8 millones de hectáreas quemadas en el Pantanal ese año, registraron cuatro mil animales muertos (60 por ciento serpientes, 12 por ciento roedores, entre otras especies), pero se estima que en realidad perecieron más de 65 millones de vertebrados y “cuatro mil millones de invertebrados”. Según su informe, además, el cálculo está subestimado, porque «trabajaron con grupos representativos y no con todas las especies».
COMBUSTIBLE
Hay una segunda forma de quitarle combustible a los incendios y es quemarlo primero. La técnica se conoce como contra fuego. Para ello, los bomberos prenden fuego a los matorrales y plantas formando una línea de defensa, según el manual de Operaciones de prevención y Control de Incendios Forestales de Usaid. Una columna de personas lo apaga luego a medida que el fuego alcanza a quemar un ancho definido. Se trata de un fuego controlado. Pero se realiza solo en sectores con vegetación baja. Cuando el incendio llega, se apaga, porque ya no tiene qué quemar.
En los incendios de 2019 y 2020 también se utilizó esta técnica. De los cientos de personas que llegaron a ayudar, la mayoría no conocía nada sobre cómo se combate un incendio forestal. Incluso dentro de los grupos de bomberos voluntarios, militares y policías, hubo personas que nunca se habían enfrentado a este enemigo.
“En la mochila de intervención llevo una herramienta multiuso, una bolsa de hidratación (camelbak), un filtro para purificar el agua, un botiquín personal, linternas de cabecera, un poncho impermeable, cereales para comer, dulces, un encendedor, unos cubiertos, un vaso, una cinta de escalada, un mosquetón y un drone para hacer sobrevuelos. Tengo el uniforme de bombero forestal que es de Nomex: pantalón, chaquetón y unas botas de combate contra incendios”, comenta Marvel Flores, un experimentado bombero voluntario.
LOS APORTES LLEGARON DE TODA BOLIVIA
Él sabe que debe ir preparado para trabajar seguro, e incluso para pasar noches a la intemperie después de arduas jornadas de combate. Pero cientos de personas llegaron en 2019, 2020 e incluso este 2021 solo cargados con la esperanza de rescatar a los animales, áreas verdes, aplacar el fuego echando agua o tierra; sin equipo de trabajo, sin conocimientos.
Para Suri Cabrera, esta situación fue tan buena como perjudicial. “Era increíble ver cómo había gente que incluso dejó sus trabajos para ir a ayudar, ahí se vio que Bolivia era una sola”, señala. Por ejemplo, llegó una familia de cuatro integrantes, padres e hijos, dispuestos a meterse al área protegida para ayudar a apagar el fuego, un bus lleno de estudiantes, personas que arribaban solas o en grupo. Traían esperanzas y necesidades, había que organizarlos y también cuidarlos, ver la forma de alimentarlos y proveerles equipo.
El bombero forestal debe estar capacitado en orientación, análisis del comportamiento del fuego, sistemas de información, tareas de combate, uso de herramientas manuales y mecánicas, como motosierras, e incluso estar preparado con un refugio antifuego en caso de que el incendio alcance a su brigada, según Usaid. Pero en Bolivia pocos conocen bien la labor y menos son los que cuentan con el equipamiento necesario para ella.
“Al principio, en el país solo se hablaba del incendio en Roboré o de otros más pequeños, pero no del Pantanal ni de otros ecosistemas que ardían. Justo tuve una reunión y allí comenté lo que pasaba, entonces se corrió la voz y empezaron a llegar personas de todo lado. Por ejemplo, llegó un muchacho de Oruro, bajó de una moto, salí a recibirlo y le pregunté a quién buscaba, y dijo que quería ayudar. Él había pasado un curso de incendios forestales en su servicio militar”, contó Cabrera.
Señala que un punto positivo de la Gobernación de Santa Cruz es que les brinda esta capacitación a los soldados cada año y les da equipos para este trabajo, pero que al licenciarse parece que se llevan la dotación, como matafuegos y mochilas para agua.
AIRE
El fuego respira. Y un parque tiene mucho oxígeno. Las acciones para sofocar los incendios, para asfixiarlos, fueron las que más utilizaron bomberos y voluntarios en los incendios de la Chiquitanía, parques y otras áreas protegidas desde 2019.
Por ejemplo, si se echa tierra sobre las llamas, se elimina su contacto con el aire, se sofoca al fuego y se apaga. Decirlo es fácil, pero hay que tener la fortaleza física para realizar esta labor por horas.
“Mi herramienta preferida es la pala, porque se puede lanzar la tierra a tres o cuatro metros para asfixiar el incendio sin que la radiación te afecte mucho, pero el bate fuego es la herramienta más versátil para todo terreno, la utilizan más en los incendios forestales, y una mochila de agua es primordial para extinguir los incendios”, señala Flores.
La forma de la pala no solo ayuda a cavar y cargar tierra, sino a cortar los arbustos y a aplastar el fuego contra el piso, quitándole el aire o reduciendo la llama. El bate fuego, en cambio, ya sea de láminas de metal o goma, tiene la finalidad de apagarlo con golpes secos, que también le quitan el aire.
Con esta técnica los guardaparques enfrentan decenas de incendios forestales. Suri Cabrera cuenta que en el Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Otuquis, en el gran Pantanal, es frecuente acudir a incendios forestales que ingresan del lado brasilero. En la frontera paraguaya también hay chaqueos, pero no llegan a Bolivia porque el Río Negro está en medio.
“Generalmente hay una cantidad de agua en el mismo pantanal y por eso el fuego no avanza mucho, pero ya en 2017 se empezó a ver que la lluvia era menos. El incendio de 2019 empezó en Paraguay y pensamos que no iba a avanzar, porque el río de 20 metros de ancho aún tenía bastante agua. Pero hubo fuertes vientos y llegó al parque”, recuerda.
Otuquis tiene casi un millón de hectáreas, y atraviesa dos provincias de Santa Cruz: Cordillera y Germán Busch, y solo cuenta con cuatro puestos de control distantes unos de otros. Los 11 guardaparques de estos puestos tardaron más de dos horas en reunirse y otras tres en prepararse y llegar a la zona afectada en el único cuadratrack en buen estado, en el que iban de a tres por vez.
Cabrera estaba con ellos y recuerda que la batalla se extendió hasta la madrugada. El frente de avance de las llamas era amplio. Echar tierra o el agua que se pudo cargar fue poco efectivo. La primera batalla la ganó el enemigo.
Durante varios días, estas personas combatieron solas el incendio. Cabrera recuerda que el piso caliente destrozó las botas de los guardaparques. «Algunas se despegaron totalmente y otras se achicharraron por el calor».
Aquel julio faltaron brazos para aplacar la ira de los incendios. Luego, para quienes llegaban a ayudar era necesario conseguir ropa de trabajo, ya que toda prenda con poliéster es insegura y si le llega el fuego puede pegarse a la piel. La chaqueta debe ser de algodón, pantalones largos, zapatos con huella, cascos con monja, lentes de seguridad, guantes, agua, y herramientas como bate-fuegos, palas, picotas, machetes y mochilas de agua, carpas y todos los elementos para higiene, alimentación, orientación, curación básica, en fin.
Y llegó todo, pero en completo desorden. Aún se desconoce cuánta donación arribó a Puerto Suárez y a otras poblaciones, donde se trataba de dar orden al trabajo de todos. Dinero, insumos, ropa, alimentos y medicamentos había entre los paquetes que aportó la gente. Los llamados de ayuda se difundían en toda Bolivia.
Cabrera recuerda que llegó un mecánico voluntario desde Santa Cruz, solo para habilitar los cuadratacks de los guardaparques, para llegar a sectores donde no había ni senderos. La ayuda también permitió contratar un tractor para abrir una línea cortafuegos de 15 metros de ancho. “El tractor cobraba 500 bolivianos la hora, y no sé de dónde se pagó para que trabaje por dos días”, recuerda el biólogo.
Lo negativo fue que mucha gente se entraba directamente hasta las áreas protegidas. Los grupos militares, por ejemplo, no querían coordinar sus incursiones o informar sobre las áreas de trabajo que cubrirían. Y mucha gente que se llevó agua o alimentos dejó gran cantidad de basura en los parques. “Aprovechamos que llegó un bus con universitarios, estudiantes de biología, y les pedimos que recojan los residuos”, recuerda. Sacaron gran cantidad de deshechos «pero no se logró limpiar todo».
Hubo muchos problemas de salud. La gente se descompensaba por calor y falta de hidratación, incluso los soldados. También había heridos con golpes, cortes y con desgarros musculares por la falta de experiencia en el uso de herramientas. Según los protocolos del combate contra incendios, por ejemplo, las personas deben trabajar con dos metros de separación entre ellas, porque el manejo de estas herramientas es peligroso. (Primera parte del Reportaje elaborado por Mirna Echave Mallea-Revista Inmediaciones www.Inmediaciones.org, obtuvo el segundo lugar en el concurso nacional organizado por Conservación Internacional).