sábado, julio 27, 2024
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¡Joda antes que clases!

Alguna vez, en todo este tiempo de encierro, vi a un pequeñín de unos cinco años pasar sus clases virtuales desde una tableta. Estaba todavía en preescolar. El pobre no podía estar tantas horas frente a la pantalla porque se aburría y luego tiró sus cubos multicolores que estaban sobre la mesa. Después vino su papá y, a las malas, lo volvió a sentar frente al artefacto tecnológico para que viera cómo dibujar un triángulo isósceles, y se puso a llorar. La profesora, impotente, no sabía qué hacer para poner orden en la clase, pues se notaba que los demás críos ponían su atención en todo menos en el polígono dibujado… Pensé en ese recuerdo estos días, cuando las redes sociales se llenaron de fotos y videos de fiestas masivas y sin freno (sobre todo en La Paz, Santa Cruz, Cochabamba y Tarija), y me dije a mí mismo: «Ese contraste —niños y jóvenes todavía pasando clases por celulares y computadoras, por un lado, y muchedumbres alocadas sin barbijo bailando y en la mayoría de los casos bebiendo alcohol— no cabe en ninguna mente que piense con lógica».
No quiero caer pesado ni ser aguafiestas criticando la euforia que en muchos jóvenes y adultos provoca el Carnaval; finalmente, luego de dos años de relativo encierro y de las amarguras ordinarias de la vida, las personas debieron estar muy deseosas de divertirse a lo grande. Lo que sí critico y condeno es que, habiéndose dado rienda suelta al Carnaval en Bolivia (y habiéndosela dado a los boliches y cantinas hace ya varios meses), aún no se haya hecho volver a los niños y jóvenes a las aulas del colegio y la universidad. Joda sin control y educación a través de pantallas al mismo tiempo, es una circunstancia digna de un país cuando menos peculiar. Choca hasta con el sentido común. Y es, triste pero cierto, la imagen viva de nuestro país.
Y Bolivia es un país particular en muchos sentidos (no solamente en los positivos). Otros países de Sudamérica, como Chile y Uruguay —más normales podría decirse—, han abierto también lugares de entretenimiento y diversión, pero no sin haber pensado antes en abrir las puertas de los salones y laboratorios escolares y universitarios, pues para ellos la educación está por encima de la fiesta. Han activado mecanismos para medir con precisión el aprendizaje de dos años de pandemia y han planificado el regreso obligatorio a los centros educativos. Ahora bien, esas firmes determinaciones políticas se explican también en que buena parte de sus poblaciones está vacunada, cosa que no ocurre aquí.
Como profesor, me preocupa seriamente cómo será la generación hija de la educación virtual en Bolivia, sobre todo la de nivel escolar. Los niños de preescolar y de nivel primario, e incluso los adolescentes de hasta catorce o quince años, necesitan una educación que va más allá de la transmisión de conocimientos teóricos y prácticos; su desarrollo tiene que ver también —y sobre todo, yo diría— con la interacción física, el contacto cuerpo a cuerpo, la mirada, el abrazo, etc., cosas que no podrán ser suplidas por la tecnología cibernética en los próximos doscientos o trescientos años. O quizás nunca. El mismo hecho de que varones y mujeres flirteen en los pasillos de los colegios o en los recreos tiene que ver con un sano desarrollo que hace parte indispensable del desenvolvimiento ulterior del ser humano en su vida.
Lo que sucede desde hace mucho en la clase política boliviana es que ésta ve el progreso en términos de economía y no de desarrollo humano. En palabras sencillas: el político promedio cree que moviéndose dinero se hace más que haciéndose leer a los ciudadanos.
Creo que no se necesita ser ni epidemiólogo ni psicólogo para opinar sobre estos asuntos. Los niños y jóvenes necesitan volver a las aulas cuanto antes. ¿Qué peligro puede haber en un salón de estudiantes con barbijo y distanciados físicamente, en comparación con las aglomeraciones frenéticas que se vieron estos días en todo el país?

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.

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