domingo, diciembre 22, 2024
InicioSeccionesCulturalEL SABOR DE LAS FLORES

EL SABOR DE LAS FLORES

Me llaman, yo acudo.

Puedo llegar a esperar cualquier cosa cuando me encuentro al frente de la puerta del apartamento marcado.

Algunos clientes solo buscan ir directamente al grano, otros prefieren deslumbrar sus más profundos y extraños fetiches, tantos otros solo quieren un poco de compañía para darle candela a sus solitarias existencias, y unas pocas veces me encaré con hombres de auras turbias e intenciones peligrosas.

Son los gajes del oficio más antiguo de la humanidad, ahondar en los deseos y pensamientos más oscuros del homo sapiens.

Preveía toparme con un escenario así, de rutina, mientras esperaba con los brazos cruzados a que me abrieran la puerta. La casa tenía un aspecto rústico, polvoroso y mal mantenido. Visualizaba en mi mente al dueño de tal inmueble, en tan malas condiciones como la propia fachada. Sin embargo, en cuanto abrió la puerta hallé a un hombre de apariencia pulcra y gestos afables, vistiendo una camisa y pantalones perfectamente planchados, y que me recibió con una amplia sonrisa.

Me hizo pasar. Yo, como de costumbre, me disponía a subir al dormitorio. Él me detuvo en seco y me llevó hasta el comedor, donde una gran cena estaba cuidadosamente dispuesta sobre la mesa. Dubitativa, me senté. Me dijo que comiera, y yo obedecí por mera obligación.

Solo recuerdo que me embelesé con cada uno de los platos, desde el pescado, hasta el arroz y las legumbres, pasando por las frescas ensaladas. Sin duda de lo mejor que comí en toda mi vida. En cuanto acabamos de comer el hombre me dio un sobre, el cual contenía el pago por mis “servicios”, junto a una nota en la que estaba escrito “feliz día de la mujer”.

Abandoné la casa completamente consternada, recordando con cada paso que daba que todavía seguía siendo humana.

Artículo anterior
Artículo siguiente
ARTÍCULOS RELACIONADOS
- Advertisment -

MÁS POPULARES